“Y les dijo: «Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará. El que se resista a creer se condenará. Y estas señales acompañarán a los que crean: en mi Nombre echarán los espíritus malos, hablarán en nuevas lenguas, tomarán con sus manos las serpientes y, si beben algún veneno, no les hará ningún daño. Pondrán las manos sobre los enfermos y los sanarán»”…
 
El nombre significa el poder o la presencia divina. Cuando invocamos en Nombre de  Jesús, el enemigo tiembla, por lo tanto cuando el ministro lo invoca, el demonio tiene que someterse y rendirse ante quien lo derrotó en la Cruz. Recuerdo que una vez le pregunté a un sacerdote joven si él creía que  si imponía sus manos recién consagradas en el Nombre de Jesús a una persona enferma, esta se sanaría. Él se confundió y se complicó mucho, no supo qué responder. Esto creo les pasa a muchos cristianos tan subyugados por la sicología que han perdido la fe en Cristo que todo lo puede. No digo con esto que la sicología no nos ayude o sea un obstáculo sino que, si la ponemos  al servicio de la fe nos puede  ser de muchísima ayuda. Las señales que acompañan la predicación ya las menciona Jesús: “…echarán espíritus malos y sanarán enfermos”. Hoy nos hace falta creer, pedirle al Señor, como el padre del epiléptico: “Señor yo creo, pero aumenta mi fe”. Nuestro mensaje entonces es la Buena Nueva: Cristo se encarnó, murió y Resucitó, es decir venció la muerte y con ello al enemigo.
 
En estos años dedicados a la pastoral de la liberación y exorcismo he descubierto el inmenso amor de Dios para con nosotros y hemos podido ser testigos del poder de Nuestro Señor Jesucristo. Cada vez que nos hemos enfrentado al enemigo, el Señor nos ha mostrado su amor y su omnipotencia. Para cada uno de nosotros ha sido una inmensa experiencia espiritual que nos fortalece la fe en este  Dios Todopoderoso al que le obedecen el viento, el agua y ante cuyo nombre los demonios se le someten. Cuando un hermano está siendo liberado y proclamamos o cantamos el nombre de Jesús el Demonio grita y se retuerce hasta que se va; no resiste el Señorío de Nuestro Señor Jesucristo.
 
Muchos hermanos llegan buscando ayuda, acogida y comprensión por lo que viven, ellos se sienten abandonados e incomprendidos, se les tacha de locos, de enfermos o de extraños. Algunos  terminan en manos de inescrupulosos chamanes o brujos que además de explotarles económicamente les dejan en peores situaciones y a merced de ellos, con un sufrimiento mayor. Creo que  desarrollar una pastoral de  misericordia –liberación, exorcismo y sanación- que responde a nuestra misión como sacerdotes, nos ayudará a nosotros como pastores tanto o más  que a nuestros hermanos  oprimidos o poseídos, pues el Señor nos liberará de nuestros miedos e incredulidades y El manifestará su poder.
 
Donde el Señor encuentra fe hace milagros: “Tu fe te ha salvado”, “Nunca he encontrado fe tan grande”, “que te suceda como creíste”… Por lo tanto pidamos  al Señor que  aumente en nosotros la fe, particularmente en sus ministros y pastores. “Haz Señor  que  yo vea”, debería ser nuestra súplica cotidiana. Que Él nos de la inocencia de los niños, su audacia y su gratuidad para creer y dejarnos conducir.
 
Recuerdo  que en una entrevista que di a un diario local hace unos años atrás, una mujer me escribió y me trato de “medieval”, “supersticioso”, “anticuado”, y otros calificativos que no repetiré en este texto. Ella era una habitual de cartomances y brujos, discípula de la Nueva Era y de ritos esotéricos. Es muy común  que ellos se enojen con nosotros, les echamos  a perder el negocio y no conocen el poder de Dios, ni lo quieren conocer, porque el  enemigo los tiene ciegos.
 
Lo que me  consuela es  que ya  se están viendo pequeños signos de renovación en muchos sacerdotes que se ven enfrentados a situaciones  que no comprenden y para las cuales necesitan ayuda y ellos la están buscando seriamente… ¡¡¡por eso Bendito sea Dios!!!.
 
La superstición, la descristianización de la sociedad moderna lleva a la confusión como en Babel. Muchos aparecen como  falsos profetas que traen salvación, pero la verdad es que sólo puede venir con ellos esclavitud.  La falta de respeto por lo sagrado se ha hecho común en los medios de comunicación masiva, la ridiculización  de los signos cristianos, es decir la desacralización nos lleva  a una  pérdida de sentido y trascendencia y deja al hombre en la orfandad. Así muchos matinales televisivos promueven sin límites las disciplinas esotéricas, consultas a los astros, espiritismo, Ouija, etc. Pero lo que me sorprende e inquieta es que a nosotros los cristianos no nos dan espacio ni permiten expresarnos, porque al momento de plantear nuestros principios y valores nos tratan de  intolerantes, conservadores, retrógrados, etc. Los calificativos no faltan. En palabras simples podríamos decir que es la intolerancia de los mal llamados tolerantes.
 
Quisiera  proclamar en esta página el texto de la carta a los Efesios 6, 10 -18: “…nuestra lucha no es contra fuerzas humanas, sino contra los gobernantes y autoridades que dirigen este mundo y sus fuerzas oscuras. Nos enfrentamos con los espíritus y las fuerzas sobrenaturales del mal”… “Tengan siempre en la mano el escudo de la fe, y así podrán atajar las flechas incendiarias del demonio”.
 
Mi invitación es a no tener miedo de acoger a estos hermanos que sufren. Nuestra tarea no es transformar la Iglesia en una ONG, sino recordar que junto  con la caridad caminan la fe y la esperanza. En el mismo Evangelio de San Mateo en el capítulo 25, Jesús nos pregunta si cuando estuvo enfermo lo fuimos a ver. ¡Y los hermanos oprimidos por el demonio sufren mucho, espiritual y físicamente!… lo hemos comprobado cada vez que nos enfrentamos a una liberación o exorcismo; son dignos de compasión que es lo  que Jesús  siente por los  que sufren: Compasión.
 
 No se trata de olvidarnos de lo social sino  hacerlo más presente. En lo personal trabajo en el sector más vulnerable  de la región, soy capellán en la cárcel, lugar de mucho dolor, y hoy en esta pastoral de consolación, que es de fronteras, el Señor se hace presente con una fuerza maravillosa, pues  él se conmueve ante el sufrimiento y la marginación: “…trae aquí a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los paralíticos”  “ve a los caminos, a lo largo de los cercados e insiste a la gente para  que entre, de manera que se llene mi casa” (Lc. 14, 15-24). 
 
“Gloria a Cristo Jesús, cielos y tierra bendecid al Señor, Honor y Gloria a Ti, Rey de la Gloria, amor por siempre a Ti, Dios del amor”.
 
Bendiciones

 
 
 
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