Leyendo ayer las esquelas mortuorias del periódico ABC, por curiosidad, me fijé en la edad que tenían los difuntos al morir. Casi todos superaban los noventa años. Esto es hoy muy corriente porque gracias a la medicina, al estado del bienestar, etc., la naturaleza se estira con más o menos salud. Todos queremos vivir muchos años. Cuando felicitamos en los cumpleaños solemos decir: “y que cumplas muchos más”.

Pero no se trata de vivir de cualquier modo. La longevidad no es muestra de felicidad. Dice Lewis: A mí me preocupa mucho más cómo vive la humanidad que cuanto tiempo. Para mí el progreso significa aumento de la bondad y la felicidad de la vida individual. Tanto para la especie como para cada hombre, la mera longevidad me parece un ideal despreciable (Lo eterno sin disimulo, Rialp,  pág. 168).

Se plantea el filósofo una cuestión que hoy ha saltado a la actualidad. El tema de una posible amenaza de bomba, que a muchos les lleva a plantearse si merece o no la pena el esfuerzo de hoy si mañana no sabemos si viviremos. La humanidad está pendiente de las amenazas de Corea del Norte, y de los crímenes indiscriminados de los terroristas islámicos en cualquier lugar de occidente. ¿Vivimos con miedo al mañana? Nos estamos protegiendo con barreras improvisadas en los lugares públicos por miedo al agresor. Es increíble que uno o más terroristas con un simple vehículo robado pueda mantener en jaque a toda una población de ciudadanos inocentes. Queremos vivir muchos años, pero ¿estamos seguros? ¿Y de qué manera?

El mismo Lewis afirma: Como cristiano doy por seguro que la historia humana terminará un día, y no estoy dando a la Omnisciencia ningún consejo acerca de la fecha mejor para esa consumación… No es bueno abatirse o amohinarse por ello. Y comenta el autor que muchos jóvenes se sienten sin motivos para pensar en el futuro porque la vida no les da garantías de supervivencia. Y afirma que más que una futura bomba, le interesa más lo que esta posibilidad está provocando ya en el ánimo de la humanidad (Cfr. Pág. 168).

Lo importante no es cuanto se viva, sino como se vive. Es decir, nos interesa la calidad de vida, y eso en parte depende de cada uno. Por encima de amenazas y limitaciones físicas, está el entusiasmo por la vida, el optimismo, el mirar más allá del dolor que podamos padecer. Cuando veo lo que algunos tullidos son capaces de hacer en cualquier disciplina: deportiva, artística, solidaria, etc., me duele que jóvenes sanos y “enteros” físicamente se consuman con una visión negativa de la vida. Ayer hablaba yo con una madre que su hijo, que yo conocí muy bien desde pequeño, se había quitado la vida a los 15 años. No había consuelo para ella. Seguramente este joven no disfrutaba de una calidad de vida capaz de hacerlo feliz.

Para Lewis hay dos razones que están empañando la paz interior de muchos seres humanos: el progreso y creciente aplicación de la ciencia muchas veces carente de alma, y la relación entre gobernantes y gobernados que no ven defendida siempre su dignidad y libertad.

 Nos preguntábamos cuantos años quiere usted vivir. Yo respondo por mí: los que Dios quiera y la naturaleza sea capaz de mantenerme en un estado de un bienestar razonable. No importan los años, sino la vida que podamos disfrutar, o las limitaciones que podamos asumir nosotros y los que nos rodean.


 
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