Y me refiero a una libertad fundamental, la de expresar racionalmente el pensamiento, la reflexión, que es la componente más decisiva de la libertad de expresión.

Un caso absurdo nos sirve para mostrar claramente los límites que quieren imponer a la libertad y los sujetos que actúan. Se trata de la acción desatada contra un obispo, el de Solsona, por el Alcalde de Cervera,  y el de la propia ciudad episcopal, Solsona, el primero del PDECat (ex CDC) y el segundo de Esquerra Republicana. El motivo es una frase sobre la que hay que insistir hasta la saciedad. Monseñor Novell se preguntaba, al hilo del texto papal Amoris Laetitia sobre la familia, si “la confusión en la orientación sexual de bastantes chicos no será debida a que en la cultura occidental la figura del padre estaría simbólicamente ausente”. Esta es la frase que le ha valido las amenazas de ambos alcaldes y a un primer intento de agresión pública por parte de un colectivo LGBTI, convocado a tal efecto en otra población, Tárrega, cercana a Lleida, en una dinámica de intimidación que continúa.

¿No se puede ni tan solo preguntar si la liquidación de la figura del padre o la madre tiene consecuencias sobre la formación de los hijos? Si es así quememos en la hoguera de la intolerancia la enorme cantidad de literatura científica que estudia esta situación como mínimo desde los años ochenta del siglo pasado. Es lógico, muchos fenómenos se han explicado o se han intentado explicar a través de aquellas ausencias. Por ejemplo, y con gran consistencia, la mayor tasa de delincuencia entre los negros de los Estados Unidos por la abundancia en esta comunidad de madres solteras, y una vez cribadas las causas sociales, la pobreza, sobre todo. Delincuencia, rendimiento escolar, embarazos prematuros, salud, madurez emotiva y sexual, propensión al divorcio, la lista de aspectos relacionados con la situación del padre y la madre es larguísima.  Y esto incluye (¿por qué debería ser excluido?) la confusión de roles sexuales afectivos por carencias de patrones de referencia masculinos.
 
¿Por qué no puede hablarse con normalidad sobre ello, si además de la opinión, forma parte de un campo bien nutrido del conocimiento?  Lo normal -eso es lo que había entendido que era la pretensión del pensamiento ilustrado- es que si no te gusta la opinión de otro contrapongas tus razones, y no que lo persigas, amenaces, agredas.

La cuestión a debatir es por qué en nuestra sociedad, cuya cultura hegemónica se basa en la transgresión y la provocación basada en la subvención pública, incluida la municipal (Cervera, por ejemplo, celebra cada año en su Aquelarre la figura del Mal por antonomasia, el Diablo) uno no puede preguntarse sobre si “la confusión en la orientación sexual de bastantes chicos no será debida a que en la cultura occidental la figura del padre estaría simbólicamente ausente”.

¿Y por qué no puede preguntarse? A juzgar por las reacciones, por dos tipos de razones distintas.

Una guarda relación con la homosexualidad. La pregunta se considera homofóbica. La cuestión racional es esta ¿por qué quienes agreden al obispo deducen que el concepto de confusión sexual se refiere a la homosexualidad?  Son ellos, no el prelado, quien lo afirma. Es su propio temor a verse retratado en aquella idea lo que les impulsa a ponerse la venda antes que la herida. Es una versión totalitaria del excusatio non petita accusatio manifesta.  Exigen que el obispo se excuse de algo que no ha dicho, para así quedar acusado. Porque la idea de confusión sexual es muy amplia, la atracción por los menores de edad, la pedofilia es un caso o, mucho menos abundante, la atracción por personas ancianas. ¿La bisexualidad es un trastorno, una confusión en la orientación sexual? No puede existir razonablemente la pareja, matrimonial o de hecho, bajo aquella premisa, hoy reivindicada (¿la bisexualidad no reclama la legalización del “matrimonio” a tres?) ¿Lo es la figura del transexual?  En este último caso la persona busca un reajuste médico de su apariencia porque su autoconciencia le señala un sexo que no corresponde con su estructura anatómica (ni hormonal).

Pero no quiero hurtar la cuestión de la homosexualidad. ¿Por qué no podemos preguntarnos sobre las causas de la homosexualidad cuando la literatura científica lo viene haciendo de manera tan reiterada? ¿Por qué entre el 2 y el 3% de la población se siente atraído de manera emotiva y sexual por personas del mismo sexo?

La segunda razón que pretende liquidar la libertad de pensamiento y su expresión lo resume el comunicado del alcalde de Solsona contra el obispo. “Todo modelo de familia tiene las mismas posibilidades y responsabilidades de criar a los hijos e hijas… Que la familia sea formada por una persona o más, o que los roles paternales o maternales sean desarrollados por personas del mismo sexo o diferente, no debe ser motivo de debate ni debe afectar a la correcta educación de los suyos”.

Ciertamente todos son responsables, pero es objetiva y obviamente erróneo afirmar que todas las familias tienen las mismas posibilidades. Cuando toda la literatura económica y sociológica, toda, señala que la familia monoparental es una causa de pobreza, se está diciendo que sus posibilidades no son iguales, y es precisamente esta obviedad la que hace que reciban ayudas diferentes, mayores; se las discrimina positivamente. Cuando toda la literatura científica trata de las consecuencias negativas de la ausencia de la figura paterna o materna, significa que sí puede afectar a la educación y a las posibilidades de los “suyos”. El alcalde, los alcaldes de Solsona y Cervera lo que hacen es aplicar su ideología política basada en la perspectiva de género y LGBTI para negar la libertad de expresión y, lo que es peor, la racionalidad. Y esto es muy grave, forma parte de una mentalidad totalitaria. Así no se construye un país mejor, sino todo lo contrario.


Fuente: Forum Libertas

 
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