Nuestro tiempo multiplica los conflictos morales porque abre de nuevos sin cerrar muchos de los viejos. Es una constatación más del diagnóstico que en 1984 formulaba Alasdair MacIntyre en Tras la Virtud, cuando afirmaba que el principal problema de la Modernidad es la construcción de una moral caótica basada en el principio de la libertad negativa que renunciaba a toda decisión para establecer cuál de las argumentaciones morales era la cierta, lo cual convocaba a interminables discusiones éticas. En eso estamos, con una excepción apabullante que consagra el carácter desordenado y contradictorio del sistema moral bajo el que vivimos: el pensamiento políticamente correcto y todavía más la ideología de género y LGBTI, si imponen una sola razón en todo aquello que les concierne. Es una especie de bastión de valor absoluto inserido en un mar de relativismo moral, de emotivismo  y de utilitarismo. No se entiende muy bien cómo se puede congeniar el liberalismo que proclama una concepción política igual para todos los seres humanos, juzgando a los países de acuerdo con los parámetros de la democracia liberal, con el relativismo. Ni cómo puede funcionar una sociedad que ha confundido el bien con la preferencia personal, como hace el emotivismo. Ni nadie sabe cómo encaja el relativismo con las definiciones que precisa la aplicación utilitaria. Todo resulta un maldito embrollo en el que vivimos y cuyo resultado es la insatisfacción creciente y el consumo de drogas y fármacos para eludir, atenuar o superar la realidad de las propias vidas.

En esta situación se mantienen vigentes y crecen con fuerza, una serie de grandes conflictos morales que lastran el progreso humano. He aquí los que considero más relevantes:

 (1) El papel que tiene la religión para el buen funcionamiento de la sociedad. (2) El grado de inviolabilidad de la vida humana inocente en sentido físico y en su dignidad, con independencia de cuál sea su grado de autonomía y dependencia. (3) Ligado al anterior, el alcance sobre la manipulación genética y psicológica del ser humano, que se muestra de manera descarnada en Peter Sloterdijk a propósito de su libro Normas Para el Parque Humano. Todo esto son grandes aspectos concretos que a su vez guardan relación con (4) La relación entre fines y medios, y si es lícito o no que en determinadas circunstancias el mal de un medio particular sea asumido por la bondad del fin. (5) La controversia sobre la sexualidad humana y de nuestras intenciones cuando entablamos relaciones sexuales. Señala MacIntyre que la moral occidental choca estrepitosamente con todas las grandes tradiciones teístas. (6) El lugar que ocupan determinados conceptos en el sistema moral, como el que hoy juega la satisfacción del deseo en nuestra cultura, educación y legislación. (7) La caracterización de la naturaleza humana, la concepción antropológica que preside nuestra cultura, moral y política, después de la emergencia y en diversas sociedades hegemonía del Gender LGBTI. (8) El conflicto que surge de concepciones incompatibles de la justicia, como la que se da entre la cuestión de un jornal justo y los argumentos a favor de que sea el mercado quien fije ambos términos; entre desempleo y trabajo de salario de pobreza (9) El no asumir la evidencia de que ninguna época, incluida la nuestra, no puede abordar correctamente los problemas solo con los recursos morales y culturales de su propio tiempo. (10) La marginación de las fuentes culturales de nuestra civilización. Estos dos últimos puntos se manifiestan, sobre todo en el menosprecio de la tradición, de las costumbres y del derecho consuetudinario, así como por la pérdida de todo sentido del canon, del criterio equilibrio moral que redunda en la lógica infantil de seguir siempre la última innovación ética, un proceso que une a la impunidad de su aceptación, su fuerza destructiva, al hacer tabla rasa con lo precedente.


Fuente: Forum Libertas

 
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