"Todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo". Estas palabras de Jesús se aplican no sólo a los que están ordenados como ministros y administran el sacramento de la Reconciliación, sino a todos los que formamos parte del cuerpo de Cristo. Todos tenemos el poder de atar y desatar.

 

¿En qué consiste este poder? ¿Cómo podemos atarnos y desatarnos unos a otros en la tierra de un modo que se relacione con el cielo?

 

Una parte de esto permite una explicación más fácil. He aquí un ejemplo:  Si usted es miembro del Cuerpo de Cristo y perdona a alguien, Cristo perdona a esa persona y él o ella es desatado del pecado. Del mismo modo, si tú, como parte del Cuerpo de Cristo, amas a alguien y permaneces conectado a él o ella, esa persona está conectada al Cuerpo de Cristo y a través de ti (bíblicamente) toca el borde del manto de Cristo, incluso si él o ella no lo confiesa explícitamente. Este es uno de los increíbles dones que nos ha dado la encarnación.

 

Pero, ¿y a la inversa? Supongamos que me niego a perdonar a alguien que me ha herido de alguna manera; supongamos que guardo rencor y me niego a olvidar el mal que otro me ha hecho, ¿estoy atando a esa persona en pecado? ¿Se niega Dios también a perdonar y dejar ir porque yo me niego a perdonar y dejar ir? ¿Cómo funciona el Cuerpo de Cristo con respecto a la parte de "atar" del poder que Jesús nos dio?

 

Esta es una pregunta difícil, aunque un par de distinciones preliminares pueden arrojar algo de luz sobre la cuestión.

 

Para empezar, la lógica de la gracia -y la gracia, como el amor, tiene una lógica- sólo funciona de una manera. En la gracia, al igual que en el amor, uno puede ser dotado más allá de lo que merece, pero lo contrario no es cierto. El álgebra de la gracia inmerecida sólo funciona en un sentido. El amor puede darte más de lo que mereces, pero no puede castigarte más de lo que mereces. Dios nos da el poder de liberarnos unos a otros, pero no el mismo tipo de poder para mantenernos esclavizados unos a otros.

 

En segundo lugar, en esta vida, como decía C.S. Lewis, el infierno puede chantajear al cielo, pero esto no es cierto en el otro reino. Así, aunque podemos mantenernos cautivos unos a otros, psicológica y emocionalmente, en este lado, Dios no ratifica esas acciones.

 

Cuando nos atamos unos a otros aquí en este mundo negándonos a perdonarnos, esa negativa no obliga a Dios a hacer lo mismo. Dicho de un modo más sencillo, cuando guardo rencor a alguien que me ha hecho daño, haciéndole constantemente consciente de que ha obrado mal, estoy manteniendo a esa persona atada a su pecado -pero Dios no lo ratifica. El Cielo no estará de acuerdo con mi chantaje emocional.

 

Sin embargo, estas distinciones sólo proporcionan un ambiente para entender esto. ¿Qué significa atar a una persona?

 

El poder cristiano de atar y desatar es el poder de atar y desatar en conciencia, en verdad, en bondad y en amor. Cuando me niego a perdonar a otro, cuando guardo rencor, no estoy actuando como Cuerpo de Cristo, ni como agente de la gracia, sino precisamente como parte de la misma cadena de pecado e impotencia que Cristo intentaba romper. Cuando actúo así, soy yo quien necesita ser liberado del pecado, puesto que estoy actuando en contra de la gracia. Mi falta de perdón puede atar emocionalmente a otra persona, manteniéndola atada de esa manera a su pecado, pero es la antítesis misma del poder que Cristo nos dio.

 

Bíblicamente, nos atamos unos a otros cuando, en amor, nos negamos a comprometer la verdad y cuando nos negamos a darnos permiso para tomarnos falsas libertades y hacer malas elecciones. Así, por ejemplo, los padres atan a sus hijos cuando, con amor pero con claridad, se niegan a darles permiso para ignorar las enseñanzas de Cristo sobre el matrimonio y la sexualidad. Atamos a un amigo cuando nos negamos a darle nuestra aprobación para que haga trampas en su negocio con el fin de ganar más dinero. Una amiga te ata cuando se niega a bendecir tus compromisos morales.

 

En la obra de Robert Bolt, Un hombre para todas las estaciones, vemos a Enrique VIII rogar literalmente a Tomás Moro que bendiga su matrimonio con Ana Bolena. Enrique apela a su amistad, apela a su humanidad compartida e intenta intimidar moralmente a Tomás diciéndole que su negativa a aprobarlo es timidez y arrogancia. Sin embargo, Tomás se niega a aprobarlo. Él ata a Henry en conciencia y Henry sabe que está atado. Al final, mata a Tomás por su negativa a transigir y dar permiso, para (bíblicamente) soltarlo.

 

Desde que Dios tomó carne humana concreta, la gracia tiene una dimensión humana visible. El Cielo observa la Tierra y se deja ayudar por lo mejor de lo que hacemos aquí abajo, pero no se deja atar por lo peor de lo que hacemos aquí abajo.

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