Comentario al Evangelio del domingo 14 de agosto. Lucas 12,49-53
“Este fragmento del Evangelio contiene algunas de las palabras más provocadoras pronunciadas por Jesús. (...) ¡Y pensar que estas palabras las pronuncia la misma persona cuyo nacimiento fue saludado con las palabras “paz en la tierra a los hombres” y que durante su vida había proclamado: “Bienaventurados los que trabajan por la paz”. (...) ¿Cómo se explica esta contradicción?
Es muy simple. Se trata de ver cuál es la paz y la unidad que Jesús ha venido a traernos, y cuál es la paz y la unidad que ha venido a quitar. Él ha venido a traer la paz y la unidad en el bien, la que conduce a la vida eterna; y ha venido a quitar esa falsa paz y unidad que sólo sirve para adormecer las conciencias y llevar a la ruina.
No es que Jesús haya venido para traer la división y la guerra deliberadamente, sino que de su venida resultan inevitablemente divisiones y contrastes, porque Él pone a las personas ante una elección. Y ante la necesidad de decidir, la libertad humana reaccionará de modos distintos. La palabra y la misma persona de Jesús harán que salga a la superficie lo que está más escondido en las profundidades del corazón humano. El viejo Simeón lo predijo cuando tomó en brazos al niño Jesús: “Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos” (Lucas 2, 35).
La primera víctima de esta contradicción, el primero a sufrir por la “división” que ha venido a traer a la tierra será precisamente Él, que perderá la vida. Después de Él, la persona más directamente implicada en este drama es María, su madre, a la que Simeón en aquella ocasión dijo: “Y también a ti una espada te atravesará el corazón”.
El propio Jesús distingue dos tipos de paz. Dice a los apóstoles: “Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman!” (Juan 14,27). Después de haber destruido, mediante su muerte, la falsa paz y unidad del género humano en el mal y el pecado, inaugura la nueva paz y unidad que son fruto del Espíritu. Esa es la paz que ofrece a los apóstoles la tarde de Pascual diciendo: “¡La paz esté con ustedes!”.
Jesús dice que esta “división” puede darse incluso dentro de la familia: entre padre e hijo, madre e hija, hermano y hermana, nuera y suegra. Y lamentablemente sabemos que en ocasiones esto es cierto y doloroso. La persona que ha descubierto al Señor y quiere seguirlo en serio se encuentra a menudo en la difícil situación de tener que elegir: o contentar a los de casa y descuidar a Dios y las prácticas religiosas, o seguir éstas y entrar en contraste con los suyos que le echarán en cara cada minuto empleado para Dios y en las prácticas de piedad.
Pero el contraste va aún más allá, dentro de la persona misma, y se configura como lucha entre la carne y el espíritu, entre la llamada del egoísmo y de los sentidos y la de la conciencia. La división y el conflicto comienzan dentro de nosotros. San Pablo lo ilustró de maravilla: “La carne tiene deseos contrarios a los del espíritu, y el espíritu contrarios a los de la carne. Ambos luchan entre sí y por eso, ustedes no pueden hacer todo el bien que quieren”.
El hombre se aferra a su pequeña paz y tranquilidad, aunque ésta sea precaria e ilusoria; y esta imagen de Jesús que viene a traer la división puede llevarle a considerar a Cristo como un enemigo de su paz. Hemos de tratar de superar esta impresión y darnos cuenta de que también esto es amor por parte de Jesús, quizá el más puro y genuino”.
Fuente: News.va