Vivimos en una sociedad que se desacraliza lentamente y en su lugar crece la violencia en todas sus expresiones.
Hemos sido testigos la semana pasada en Chile de la profanación ocurrida en la Iglesia de la Gratitud nacional. Allí, jóvenes estudiantes que protestaban por una educación gratuita se vieron sobrepasados por grupos violentistas que irrumpieron en el templo, destruyendo todo lo que encontraban a su paso, llevándose especies (como ropa y alimentos) destinados a los pobres. Luego esos mismos que dicen protestar por un Chile mejor destruyeron sin piedad el botín obtenido.
¿Por qué hablamos de profanación?
Porque en ese acto de romper el Cristo –mundialmente difundido por los medios de comunicación- es un signo extremo de que han roto en Chile la convivencia, el respeto, la caridad, la tolerancia, dando inicio a un camino de agresión y muerte.
Una vez más Cristo es flagelado, sacado de su casa, llevado a la plaza, violentado, maltratado y muerto sin un juicio justo y una vez más sus agresores quedan impunes… En cada brazo desgarrado por los golpes recibidos cobardemente están los que se ven impedidos de trabajar porque quedaron inválidos a causa de la violencia presente en las calles. En su rostro destrozado están los rostros de miles de anónimos hombres y mujeres que viven en la impotencia de la pobreza: abuelos, profesores jubilados, campesinos, hombres y mujeres en situación de calle. En su cuerpo molido a golpes están los miles de presos que sufren la violencia en sus cuerpos, víctimas de la impunidad que reina en las cárceles. Están también las cientos de mujeres agredidas y muertas por sus parejas; los muchos niños y niñas maltratados y violentados sexualmente por los mismos que debieron protegerlos. Cada pierna molida por los golpes representa a los miles de jóvenes que ya no pueden moverse víctimas de la droga.
Cristo quedó molido, destrozado, en la avenida más importante de la capital chilena, de la misma manera que decenas de víctimas van quedado tiradas en la calle producto de la violencia… No olvidemos a quien el 21 de mayo pasado murió en Valparaíso víctima de un incendio y saqueo provocado por quienes protestaban; mientras el Parlamento en pleno escuchaba un discurso presidencial, totalmente ausente de lo que vive el país y en especial los pobres… Todo es glamour ahí en ese edificio del poder legislativo, mientras el pueblo huye y sufre producto de la irracionalidad que genera la violencia.
El Cristo roto no es el primer acto de violencia contra los cristianos en Chile, católicos y hermanos evangélicos. Desde hace un tiempo ya, muchas pequeñas capillas, parroquias, templos, han sido saqueadas y destruidas. Muchos sagrarios profanados, imágenes rotas, ministros agredidos e insultados… Y todo esto porque el Evangelio sigue denunciando a las tinieblas. Los responsables nunca son apresados, mientras que en otras situaciones de personas influyentes todo se mueve con rapidez y eficacia; es decir, también somos pobres porque no nos escuchan.
Muchos de quienes opinan con virulencia, no hacen más que extender el odio y la violencia que destruye el alma de una persona y puede destruir el alma de una nación. Cuando un hombre o una mujer no respetan lo sacro, hasta la vida humana deja de serlo y así quedamos a las puertas del salvajismo.
Un estudio realizado hace poco en Chile, revela que un 44% de los encuestados no comprende un texto básico de lectura; son así personas vulnerables, manipulables, fáciles de manejar en situaciones de violencia.
Estos jóvenes encapuchados son los más pobres de los pobres. Porque no pueden amar y viven en el infierno; porque los mueve el odio y la violencia. No conocen otro lenguaje. La cobardía del demonio utilizando a sus esclavos quedó de manifiesto en el actuar de ustedes jóvenes encapuchados.
A ellos quiero decirles que Cristo fue flagelado, muerto y sepultado… pero Resucito y está vivo hoy. ¿Cómo saberlo? Amando, pues donde hay amor ahí esta Dios. Solo el demonio no soporta el amor, no puede estar donde existe el amor. ¡Dios les ama tanto jóvenes que “envió a su propio Hijo, Para que todo el que crea en El tenga vida eterna y no muera”! (Jn. 3, 16).
Querido joven encapuchado, te cuento que eres nuestro objeto de amor y que hemos orado todos estos días por ti, para que el Mismo Cristo que destruiste reconstruya en ti la humanidad herida y deforme por el pecado, que se ha apoderado de tu corazón convirtiéndolo en nido de dolor para ti y para tus victimas.
Dios te ama entrañablemente y no te abandonará. Él te seguirá buscando hasta encontrarte y habrá alegría en el Cielo cuando tú vuelvas y El que te ama hará fiesta…
Te cuento que para el Golpe de Estado que dio origen en Chile a una cruel represión, muchos teníamos tu edad y no ocultábamos nuestro rostro para protestar contra lo que nos parecía injusto; dábamos la cara, pero no destruíamos la propiedad privada ni menos la pública que estaba al servicio de todos. Ello hizo primar la razón y con ella alcanzamos la tan anhelada democracia que hoy vemos pisoteada por tus cobardes actos violentistas.
Esa misma iglesia que atacaste salvó la vida de muchos que no pensaban como nosotros. Esa misma iglesia que quisiste destruir es la que ha dado de comer a miles de hombres y mujeres que acuden a nuestras puertas. Ese mismo templo es el que ha acogido la pena y el dolor de millones en Chile y el mundo, que en ella encontraron, encuentran y encontrarán alivio y consuelo. Esa misma Iglesia es el monumento al valor de jóvenes que lucharon por defender la patria en la que tú vives y que hoy quieres destruir.
Seguiremos rezando por ti y no te dejaremos abandonado; eres el herido inconsciente tirado a la vera del camino al que pondremos en nuestra cabalgadura para llevarte a la posada y devolverte la vida que parece expirar en ti…
¡Que Dios te Bendiga y María Auxiliadora de los Cristianos ruegue por ti!