Hace algunos días me encontré con una dolorosa realidad que parece no ser relevante para la agenda pública, pero que amenaza a todos, como un silencioso tsunami. Lo entendí al saber que una amiga tiene a su madre con Alzheimer sin nadie que la cuide. Ella debe trabajar para ambas y es imposible que pueda estar con su madre, aunque la enfermedad y el deterioro avanzan. Para esta madre e hija, no existe alternativa, ni siquiera un hogar donde internarla para que la cuiden. Los privados son demasiado costosos y aquellos gratuitos o menos onerosos que la sociedad civil sostiene, en su mayoría de la Iglesia, están atiborrados. No existen suficientes asilos y lo de las listas de espera es una dolorosa realidad. ¿El Estado? Bueno… anda preocupado de legalizar el aborto, abrir debate sobre la eutanasia y lavar la imagen de la corrupción.
¿Cómo no ver a Cristo crucificado en los centenares de ancianos abandonados por sus propias familias y un Estado cómplice?... En occidente la sociedad envejece aceleradamente y miles de ancianos hoy deben sobrevivir con miserables pensiones que ni siquiera cubren la alimentación, menos los gastos médicos y otros costos que se agregan a la vejez… Carecemos de políticas públicas efectivas, que se hagan eco de los derechos humanos para detener este silencioso tsunami de humillación y exterminio de nuestros ancianos.
Quienes somos creyentes… ¿nos hemos olvidado acaso del cuarto mandamiento? ¿el dolor que afecta a otros no me importa mientras no me afecte a mí? Cristo nos vuelve a llamar la atención sobre este tema básico de humanidad: “Todo lo que le hiciste a uno de mis hermanos más pequeños, me lo hiciste a mí”. Conversión, humanizarnos, convertir el corazón de piedra en uno de carne, para reencontrarnos y amar con especial predilección a los niños y los ancianos.
Dice San Juan 3,1: “Mirad cuan gran amor nos ha otorgado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; y eso somos: Por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a El…” no nos olvidemos de los pobres, de los ancianos, de los enfermos porque en algún momento nos puede tocar a nosotros estar en su lugar.
Ya el Papa también nos lo ha recordado en su primera Audiencia General tras el retiro de Cuaresma: "El anciano no es un ser ajeno, el anciano somos nosotros. Dentro de mucho o poco (tiempo), es inevitable. Si no aprendemos a tratar bien a los ancianos, así nos tratarán a nosotros"... “Una sociedad que desecha a los ancianos es perversa”, sentenció el Santo Padre.