Sólo tenía 20 años y David Morrison era ya un activista gay que vivía y predicaba el mensaje de libertad sexual sin frenos y matrimonio igualitario que proponían los movimientos homosexuales durante los 80 en Estados Unidos. Para ello, atacó directamente la doctrina de la Iglesia, sin saber que pronto sería él quien la defendería.
Portaluz rescata su testimonio y reflexiones que el mismo David testimonia en su exitoso libro Beyond Gay (“Más allá de la homosexualidad”).
Ser gay era el sentido de su vida
Criado en el seno de una familia protestante, reconoce que nunca fue cercano a la fe. La vida familiar tampoco era grata para el pequeño David. “Si mi padre era distante, mi madre, en cambio, era cariñosa hasta decir basta. Inmediatamente me di cuenta de que la dinámica familiar era ella y yo contra mi padre”.
Este déficit emocional de infancia sumado al posterior quiebre matrimonial de sus padres, devino en una crisis existencial. “La inconfundible crisis en la que estaba en mi vida me forzó a entender que, tal como dice una vieja canción de rock, «la libertad es simplemente una palabra para decir que no te queda nada que perder». Con los años entendería que las primeras experiencias familiares constituyen a menudo la base de la personalidad natural que el Espíritu Santo posteriormente puede, o no, construir con la gracia sobrenatural. En mi caso, mi primera infancia me dejó con dos obstáculos que el Espíritu Santo necesitaría transformar más adelante: una profunda convicción interior de fracaso y su correspondiente soledad”.
Permaneció cegado por ese quiebre espiritual y en consecuencia centró el sentido de la vida en validar su sentir afectivo-sexual dando además al hedonismo un lugar preferente. En sus primeros años de estudio en la Universidad de Maryland, encontró en la Unión de Estudiantes Gays y Lesbianas (GLSU: Gay and Lesbian Student Union) una plataforma que se hacía eco de sus certezas. “Hay algo casi embriagador en el hecho de estar en un grupo gay o de lesbianas tras haber ocultado la atracción durante años. Cuando un grupo cristiano del campus propuso una moción ante el gobierno de los estudiantes para cortar los fondos de la GLSU, me ofrecí inmediatamente para atacarlos”.
Tras la universidad, la carrera de activista continuó cuando el VIH-SIDA marcaba la agenda y el corazón de miles. “Por mucho tiempo pensé que la actividad homosexual, mientras fuera practicada con las debidas precauciones (vale decir usando un preservativo) y dentro de una relación comprometida, era igual que la actividad heterosexual bajo las mismas condiciones. Las verdades de la Biblia o cualquier otra enseñanza moral que dijeran lo contrario estaban para mí simplemente obsoletas o peor aún, pensaba que provenían de autores homofóbicos”.
Lo que siento y hago no me hace feliz
Lo sorprendente en David es que cuando había logrado tener una pareja estable, tocado el éxito como activista y pudiendo vivir sin pudores como ‘gay’, los cuestionamientos surgieron… “Irónicamente, el hecho de trabajar como activista gay me hizo desilusionar de muchos aspectos de la vida activamente homosexual. Cuanto más quería creer en la retórica que escribía, la realidad de lo que yo promovía se desvanecía entre mis manos. No se trataba simplemente de que muchos estuvieran enfermos o muriesen -eso producía más una cólera por mi impotencia que otra cosa-. Más bien, bastante poco de esta vida gay logró darme algún significado. Una y otra vez me sorprendía pensando tanto en la cama como en librerías gays, o cenando con amigos gays, o protestando contra alguna injusticia: «¿Esto es todo? ¿Es realmente esto todo lo que hay en mi vida? ¿Es que realmente lo más importante es ser gay?», me reprendía a mí mismo porque teniendo tantas cosas me sentía vacío, incómodo”.
Con emoción declara que su corazón andaba inquieto y sin descanso, como el de San Agustín antes de convertirse al cristianismo. “Cada nuevo placer que buscaba sólo traía consigo remordimientos más agudos. La angustia que experimentaba entonces era el resultado inevitable de una vida construida sobre las arenas movedizas de una identidad irrefrenablemente sexualizada y sexualmente activa. Nadie hablaba de este tipo de cosas por aquella época, y pocos lo hacen ahora, pero el común denominador sexual por el que la comunidad gay elige definirse a sí misma produce muy a menudo una cultura que es aburrida hasta el punto de adormecer; peligrosamente autoindulgente y espiritualmente atrofiada. En palabras de Larry Kramer, destacado escritor gay: «no tenemos una cultura gay... Tenemos nuestra sexualidad y hemos hecho de nuestra sexualidad una cultura y esta cultura nos ha matado»”.
La primera señal de lo nuevo llegó el otoño de 1992, conversando con un amigo, Mike, quien le desafió a no cuestionar e indagar en el misterio cristiano. “Recuerdo que estábamos ordenando su casa cuando me pregunta «¿Por qué no rezas?» Quedé sorprendido y ofendido al mismo tiempo. Sin embargo, la sugerencia sobrevivió meses después. Un día, en mi casa suspiré, me fui hacia la habitación principal, y me puse de rodillas. ¡Era la única actitud que podía imaginarme para rezar! Hice una pausa y me dije «¿Y ahora qué?» ¡No me acordaba de ninguna oración! Así que ofrecí la única oración que pensaba poder ofrecer honestamente. «Señor, ni siquiera sé si existes, pero, si es así, estoy seguro de que te necesito», dije”.
Es así como inició implícitamente una nueva búsqueda que no estuvo exenta de dificultades. “El hecho de que yo nunca había elegido sentir hacia los otros chicos y hombres lo que sentía, seguía siendo el único dogma de mis inicios que se mantuvo firme como el granito. Más tarde, cuando las horas de formación, de lecturas, de oración y reflexión sacaron a la luz algunos hechos de mi propia vida, llegué a darme cuenta de algunas experiencias clave que, probablemente, tuvieron un impacto en el desarrollo de mi atracción homosexual. Y, si soy honrado, debo admitir que, si hubiera tenido la oportunidad de cambiar esas experiencias, lo habría hecho. Pero en general, incluso teniendo en cuenta las partes de mi vida que parecen catastróficas, no creí que hubiera cambiado significativamente mi suerte…”.
El encuentro del sentido trascendente
Pero a los 28 habiendo re-encontrado y madurado sus certezas de identidad comenzó a identificarse con “vivir la homosexualidad según las enseñanzas de la iglesia”. La opción por la castidad le resultó evidente. “Mi decisión, tornada unilateralmente, conmocionó a mi pareja y empezó una conversación de un año acerca de las raíces y fundamentos de nuestra relación. Si ya no íbamos a dormir juntos nunca más, empezó nuestra conversación, ¿quién era entonces yo para él y él para mí? ¿Quería él dejarme? ¿Quería dejarle yo? Al final, en un momento de gracia, llegamos a la conclusión de que habíamos vivido tantas cosas juntos que nuestra relación significaba mucho más que únicamente lo que ocurría en la cama. Para bien o para mal, entonces y ahora, permanecimos y seguimos permaneciendo muy buenos amigos, casi como hermanos, y siento gratitud por su presencia en mi vida”.
Su militancia como católico activo devino luego en un proceso casi natural.“La Iglesia católica es el único grupo cristiano en los Estados Unidos que aborda las cuestiones de moral sexual no únicamente desde una perspectiva de las acciones, sino también desde las cuestiones más profundas relativas a la naturaleza del hombre, de la mujer y del amor”.
David no sólo ha escrito el libro Beyond Gay, que valida en la propia experiencia que es posible para un homosexual vivir según las enseñanzas de la Iglesia, plenamente y en castidad. También es un conocido columnista en diversos periódicos de Estados Unidos y conferencista.