Eran pocas las ocasiones que María Concepción Gómez salía de su natal Altamira. Era un viernes 3 de agosto del 2012 cuando por trámites se desplazó hasta Ciudad de México. Pero debía regresar antes del domingo, pues tenía que estar temprano en la parroquia Nuestra Señora del Santísimo Sacramento, lugar donde junto a su marido asisten al sacerdote, entregando la comunión en cada Eucaristía.
Abordó un bus y tras seis horas de viaje el cansancio le pasó la cuenta. Mientras preparaba su cama, sonó el teléfono. Extrañada, vio que el celular identificaba a su nuera, Adriana, esposa de Jorge Elías, el segundo de sus hijos. Temblaron sus piernas y el alma se le apretó crispando sus manos al escuchar la tragedia: “«Mi esposo chocó con la parte trasera de un camión y está grave»”,dijo la voz.
En cuestión de segundos marcó números, aún incrédula, para sólo confirmar lo que ya sabía…. “Fue otro de mis hijos quien también me llamó y sin preludios, me dijo «madre, mi hermano está muy grave, vente inmediatamente»”.
Prueba de fe
No importaba la fatiga. Su amor de madre abrió puertas y en cuestión de horas estaba a laspuertas de Altamira. Al llegar al lugar donde había sido internado su hijo -en un centro médico del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS)-, supo lo peor…. “Nos entregaron el informe médico, y el doctor, con tristeza en sus ojos, solamente me advierte: «Señora, arreglen todos los papeles, porque a su hijo no le damos ni una hora de vida»”.
“Producto del accidente, Jorge Elías había sufrido un estallamiento de vísceras tipo 2 dijeron, fracturas en el fémur, fracturas en el tobillo, pulmón perforado, baso roto. Su hígado estaba deshecho, y tenía fracturas en la cara. Por eso, el médico decía que no podía sobrevivir, porque, con todas esas cosas que él tuvo, debería de estar muerto y no nos daban ninguna esperanza”, recuerda María.
El amor de la Madre
Sin embargo, la devoción por la Virgen de Guadalupe, que la ha acompañado desde que tiene memoria, afloró en aquellos instantes de amargura y con absoluta confianza, entregó la vida de su hijo en las manos de Dios. “Le pedimos a un sacerdote que le diera la extremaunción y me advirtió que tuviera fortaleza para lo que ocurriría. Solo miré al cielo y dije «Padre, hágase tu voluntad y no la mía. Tú sabes el dolor que me vas a causar, pero te lo ofrezco todo, porque tú me regalaste a mi hijo»”.
Para María, este hecho permitió indagar en el significado del dolor en el alma humana. Así también lo narra el beato Papa Juan Pablo II en su carta apostólica Salvifici Doloris en el apartado número 27: «El sufrimiento, más que cualquier otra cosa, es el que abre el camino a la gracia que transforma las almas»”.
“Inmediatamente -relata con emoción María- nos pusimos a rezarle a la Virgen rosarios todos los días, después de las visitas de las 6 de la tarde. Nos reuníamos en el pasillo con mis consuegros y mis hijos. Luego ¡mucha gente empezó a unirse! Y ya no solamente pedíamos por la salud de mi hijo, sino también por los demás enfermos que estaban en terapia intensiva, por todos los que estaban en ese momento ahí, porque estaban necesitando del amor de Dios. ¡Se llegaron a reunir como unas 80 personas diarias!”.
Una visita inesperada
No habían pasado 5 días, cuando María se percató que en los registros había una persona desconocida que visitaba a su hijo. “Nos pasó algo muy extraño. Las enfermeras nos dicen que había una persona que se está anotando como si fuera hija de Jorge, pero lo que más llamaba la atención, es que era una persona de 47 años. Entonces, nos conseguimos su número de teléfono, nos comunicamos con ella y con alegría nos dijo que era la secretaria de una parroquia del sector, que siempre visitaba a enfermos”.
Con certeza María no duda que este hecho es un signo concreto del amor de Dios, y prosigue con su relato. “Cuando nos reunimos con ella al día siguiente esta persona nos dijo que «esto no es una coincidencia… es una diosidencia, porque no lo conozco, nunca lo he visto en mi vida. Tengo un hermano sacerdote, quien puede venir a acompañarles»”.
Las plegarias tendrán consecuencias extraordinarias
Aquella noche, el padre Antonio González, sacerdote de la parroquia Nuestra Señora de Guadalupe visitó a Jorge, que se debatía entre la vida y la muerte. No obstante, María se dió cuenta de algo extraño. “Nos llamó la atención que el sacerdote saliera con su rostro colorado, pero lleno de alegría, radiante. Le veíamos muy feliz. Entonces le pregunto: «Padre, ¿Cómo ve a mi hijo?». Sólo me dijo: «Se va a recuperar»”.
Las interrogantes que surgieron después de ese diálogo aumentaron conforme pasaron los días en el centro hospitalario. “Al día siguiente comenzó a tener mejorías. Luego, transcurrieron 15 días en los que recuperó la conciencia y disminuyó la gravedad de sus lesiones. Asombrados, los médicos no encontraron ninguna respuesta científica a lo ocurrido. Sólo les dije «es obra de Dios»”.
Jorge Elías finalmente pasó 31 días internado en el hospital y sigue en tratamientos para recuperar la íntegra movilidad de sus articulaciones. Camina con muletas y volvió a tener un empleo. Hoy trabaja como ayudante de electricista, tiene 3 hijos y prontamente dará un paso importante en su vida, que llena aún más de gozo a María Concepción… “Él no estaba casado por la Iglesia y producto de este hecho, vivió una transformación en su fe muy grande. Si Dios quiere, recibirá el sacramento del matrimonio el 20 de diciembre. Para nosotros es un testimonio muy grande que haya cambiado tanto. Todo se lo atribuimos a la Santísima Virgen María, porque ella intercedió por nosotros ante Dios y escuchó nuestros ruegos”, concluye.