En Colombia el uso de motos es extendido en pueblos, grandes ciudades y sin distinción de género. Las llamadas “mujeres moteras” alcanzan allí un 37% del total de conductores en dos ruedas. En su mayoría son chicas jóvenes, menores de 40 años, trabajadoras con formación profesional y estudiantes.
Neila Mejía Rodríguez, de Bucaramanga, estaba feliz por ser una joven “motera”. La moto que recién estrenaba acortaba a veinte minutos el tiempo de traslado entre su domicilio y la UTS de Santander, donde realizaba estudios superiores.
Tres meses llevaba conduciendo a diario cuando una noche, saliendo de la UTS, enfiló como era costumbre por la avenida Carrera (imagen adjunta) para ir a su hogar. Minutos después comenzaría a vivir una traumática experiencia en medio de la cual recibió una ‘ayuda del cielo’ -cuenta a Portaluz-, que transformaría hasta hoy su vida.
Su familia no era para esta joven un espacio contenedor ni de confianza. La sentía en esa época, dice, “disfuncional”: ahogada por el “individualismo” y “conflictos” en la convivencia diaria. A tal punto que “prefería la calle”, señala. “Yo buscaba el mundo, para satisfacerme a mí misma, no tenía norte… y hasta tuve un intento de suicidio a los 18 años… yo no le encontraba sentido a mi vida”, relata compungida al recordar ese momento.
Pensaban que yo estaba muerta
De su estado psicoemocional durante la juventud dice haber sido algo “dispersa”, con dificultad para concentrarse, “como que no había norte, vivía la vida porque tocaba vivirla”; además -confidencia- compulsiva en el consumo de alcohol.
La Virgen me visita
De esos 23 días en la UTI recuerda vívida una particular experiencia. Si fue real, tal vez un sueño o su mente lo imaginó, debido a los sedantes y otras medicinas que le administraban, lo destacable es la certeza que ella tiene y el efecto sanador que tendría en su vida lo que narra:
“Cuando estaba en cuidados intensivos, recuerdo haber visto como la silueta de una señora. No le vi el rostro, pero sí la silueta, era una mujer. Estaba mirando hacia el techo, sentía que estaba agonizando y me decía a mí misma: usted se va a morir, ya llegó el momento de partir. Y en ese momento sentí como que ya me moría. Entonces vi la imagen de la Virgen en el techo, era como de una silueta. Nadie me había dicho quién era, pero yo sabía que era la Santísima Virgen María. Entonces yo decía: «Ay, mi familia tiene que estar orando mucho por mí, miren la Virgen, la Virgen me estaba cuidando»”.
La muerte le quería llevar
Pero Neila habla además de otra imagen, otra silueta, una inquietante, que también recuerda de aquellos días: “Era una señora que estaba sentada en la parte izquierda de mi cama, toda vestida de negro. Era súper delgada, de pelo corto y cuando yo le hablaba lo de la Virgen, no me decía nada y se reía”.
Cuando le contó a su madre sobre estas visiones, dice Neila que sin dilación comentó: «Hija, la de negro era la Muerte que se la quería llevar». Hoy reflexiona que “si me hubiera muerto en ese momento creo que no me hubiera tocado el cielo” y expresa su gratitud a la Madre de Dios por esa visión benéfica que interpretaría luego como un llamado a la conversión.
En todo buscar a Dios
La recuperación significó un largo y doloroso proceso para su cuerpo, con varias operaciones de por medio. El recuerdo de la Virgen era un refugio cuando se veía abatida por las limitaciones físicas o si sentía ganas de beber hasta aturdir su ansiedad y rabia. La transformación de su alma comenta, “fue lenta, aunque hubiera querido que fuese más radical”.
Casi una década ha transcurrido desde estos hechos que Neila narra y aunque -como todos- ha tenido momentos de fragilidad, la certeza de ser amada por Dios ha ido anidándose en su corazón. Y así nació la gratitud de “visitarlo en el Santísimo y rezar el Rosario. Dios es la felicidad… un Tesoro inagotable, que vale la pena cualquier sacrificio por Él, pues lo dio todo por mí, por nosotros, a través de su Hijo… quien desde la cruz nos dio a su Mamá”, finaliza Neila con evidente emoción.