El hábito del mal gusto

15 de mayo de 2014

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El concurso de Eurovisión lo ha ganado una imagen impactante, no la mejor canción ni siquiera una buena voz. Hace tiempo que se ha impuesto en las sociedades contemporáneas, como si de un valor se tratase, la exaltación de lo transgresor, lo que rompe esquemas, lo que distorsiona.
 
La Iglesia no escapa a estas modas y modismos. El caso más reciente quizás lo encontramos en el programa “The Voice en Italia”, y la concursante siciliana sor Cristina. Llámenme conservador, tridentino, anacrónico, carca, tradicionalista… (y de ahí para abajo rayano el insulto…) pero he visto con profundo desagrado los videos que circulan en la red sobre las intervenciones de esta joven religiosa en el programa. Considero que el hábito religioso merece un respeto y obliga a un proceder decoroso, no es un disfraz ni un vestido. Me repele, en extremo, ver una religiosa de hábito (y a sus hermanas de comunidad) gritando histéricas ante las cámaras, dando brincos atolondradas, o en un escenario agitando la toca y el crucifijo al aire como una posesa por el ritmo.
 
Acongoja que, en estos tiempos que los signos de lo sagrado se rechazan, y son escasos en la calle, en los medios de comunicación, las pocas veces que se exhiben se manipulen como un elemento rompedor, transgresor. No tengo empacho en manifestarlo es de muy mal gusto, lo considero un uso inadecuado (irreverente); una instrumentalización para dar espectáculo, o un reclamo para conseguir la atención ¡bochornoso!
 
Cante la hermana si lo desea pero hágalo con el decoro y el respeto que merece su condición de consagrada, conforme al hábito que viste y a cuanto en él se representa; pero sobre todo no olvidemos el saber estar. Quizá así no arrancase tanto aplauso ni llamase la atención; es cierto, pero a buen seguro que suscitaría muchos más interrogantes y sería más edificante. Lamentablemente no sólo se da este sonrojante caso entre las religiosas, sobran casos de religiosos que montan escenificaciones por las calles bajo el signo de no sé qué pretendida nueva evangelización; por no hablar del fenómeno penoso de los curas roqueros… de cuyo nombre no quiero acordarme.


 

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