La Virgen del Monte de Irongo

01 de junio de 2019

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Hace algún tiempo que habíamos comenzado a pensar que podríamos pedir el permiso para construir una ermita o gruta en algún lugar alto, alguna colina o montaña, que en esta zona abundan y son muy hermosas. Además de que no hay ninguna ermita en todo el extenso territorio de nuestras dos parroquias, y no hay tradición o costumbre de hacerlas. Aunque sabemos que les agrada mucho estas cosas, y por ejemplo tenemos que en una parroquia vecina de la diócesis de Tabora, en Kashishi, hay una pequeña iglesia sobre una montaña alta, en una gran roca de unos 150 metros de elevación, y para la fiesta asiste mucha gente de toda la zona.
 
Este pensamiento de pedir un lugar se iba quedando en meros deseos, sobre todo porque cuando me acordaba, no era el momento de hacerlo, o no tenía el tiempo. Gracias a Dios, y ciertamente que por Su iniciativa, cuando regresábamos con Filipo de una aldea en moto, le dije que me hiciera acordar de hacer el pedido al gobierno. Luego le comenté a otros laicos de la parroquia, siempre con el deseo de que ellos me recordaran esto y me ayudaran a obtenerlo.
 

En los días en que estuvimos buscando terrenos para nuestro noviciado, el año 2015, entre los lugares que vimos, hubo uno por la zona de atrás de la parroquia, a unos quince minutos caminando. Era elevado y quedaba al pie de una enrome roca que por el lado del frente presentaba una gran pared, imponente. Se trataba de la montaña de Irongo, una roca granítica maciza. Desde el año 2015 que no había regresado a ése lugar, porque luego compramos los terrenos en otra parte, ya que allí, precisamente por ser un lugar alto, sería muy difícil encontrar agua.
 

Gracias al hecho de participar esta idea a los laicos cercanos, fue que un mañana llegó el líder del grupo de hombres de la parroquia a decirme que hagamos una carta para las autoridades de la aldea, así les pedimos la montaña de Irongo. Le pregunté si quería venir a buscar la carta al otro día o si quería que la hiciéramos juntos ahí mismo. Aprovechamos la ocasión, que “hay que machacar en caliente”, y ni lerdos ni perezosos escribimos una carta en muy sencillos términos, pidiendo la montaña para edificar una ermita de la Virgen, para que sea un lugar de peregrinación y oración. Firmas y sellos. Y allí partió Josafat llevando la carta para las autoridades del kitongoji o aldea. Nosotros sabíamos que allí teníamos varios conocidos y amigos, pero a otros no los conocíamos, y también sabemos que varios no comparten nuestra fe católica. Pero todos, en términos generales en esta zona, son muy comprensivos y colaboradores.

Esa misma semana tenían una reunión de toda la gente de esta aldea. Normalmente se reúnen en la escuela primaria, al aire libre, debajo de los árboles. Participan todos los habitantes, y pasa a ser casi un cabildo abierto. Es realmente llamativo en los primeros tiempos cuando uno llega a Ushetu, escuchar algunas noches, en el silencio profundo donde sólo se escuchan los grillos y chicharras, que comienza a pasar un “pregonero”. Con una piedra golpea un azadón a guisa de campana, y luego comienza a gritar avisando de la reunión del día siguiente y los temas a tratar. Luego se traslada unos cien metros en el poblado, donde las casas están desperdigadas y repite el proceso. A medida que se escuchan los avisos, el sonido se va alejando en la noche. Pienso que así serían los avisos en nuestras tierras, cuando no existía ni la radio.

En esa especie de “cabildo” se presentan las diversas necesidades y temas a charlar. Uno de los temas en esta ocasión era nuestro pedido. Estuvo presente el P. Víctor, como vicario parroquial, acompañado del catequista Filipo y del líder de esta capilla, Teodoro. Dialogaron largo y tendido, y en general no hubo oposición, salvo de parte de una persona, pero los argumentos fueron rebatidos una y otra vez y la voz popular también avaló que sería bueno darle la montaña a “los padres”. Uno de los argumentos decisivos fue que los más ancianos se pararon y dijeron que desde que tenían memoria en aquella elevación había una gran cruz de madera que habían puesto los misioneros, y que siempre se dijo que esa montaña era de los misioneros. La cruz de madera se cayó en los tiempos en que no hubieron sacerdotes en la parroquia, pensamos, pero la idea de que el lugar era de la iglesia, estaba en la mayoría.
 

Luego de la reunión nos dijeron que se tomarían el tiempo para pensarlo entre las autoridades. Por la tarde nos llamaron para decirnos que ya era nuestra la “Montaña de Irongo”. Una enorme alegría. Fue increíble que se diera tan rápido.

Cuando llegó el P. Gabriel a la misión, hace unos doce días, lo primero que hicimos fue ir a ver el lugar. Yo regresaba allí luego de casi cuatro años. Subimos y nos fuimos admirando del maravilloso paisaje que se ve desde arriba, a pesar de no ser una elevación tan grande. Se llegan a ver las casas de las aldeas que están cerca de la misión, a cuatro y cinco kilómetros a la redonda: Senai, Mbika, Lughela… también nuestras casas de formación. La superficie en la parte superior es bastante plana, y permitirá construir perfectamente. Cuando estábamos allí arriba, también llegó Filipo, quien nos había visto desde lejos mientras subíamos. Allí también nos mostró el lugar donde estaba la cruz misionera, y que se podía ver perfectamente el espacio entre el cemento, donde estaba la madera, actualmente inexistente por el paso de los años.

Hemos pensado en fuera lo más conveniente, y creemos que sería muy bueno poner allí la devoción de la “Virgen del Monte”… ya que hace pocos días celebramos la dedicación del santuario renovado de la Virgen del Monte de Ánjara, y la relación tan especial con la historia de nuestra Congregación. Vamos a comenzar a buscar quien pueda hacer una réplica lo más parecida posible de esa imagen. Luego se construirá una gruta, pero a la vez deseamos hacer un espacio delante de la misma, con presbiterio y altar para rezar misa, y un buen lugar abierto, sin paredes, con columnas y techo, para que se sienten los feligreses.
 

Desde este lugar, que la Virgen derrame su bendición y proteja a todos los habitantes de Ushetu. Allí bendijimos agua que encontramos en un hueco de la roca, hicimos una bendición simple del lugar y le cantamos a la Virgen.

El domingo siguiente, quinto de Pascua, en los avisos parroquiales después de la Misa, les conté a la gente que: “nos habían dado la Montaña de Irondo…”. Todos se rieron, acababa de pronunciarlo mal. Seguí probando: “Irombo, Irondo,… Irongo…”. Todos se reían, pero sabían a qué me refería. Todos estaban muy contentos y aplaudieron la noticia. Ahora saben que todos debemos colaborar para que sea una realidad. Les agradecimos a los líderes del gobierno, algunos de los cuales estaban presentes en la misa.

Ponemos este proyecto de la ermita de “La Virgen del Monte de Irongo” en las manos de Dios, pidiendo que si es su voluntad, llegue a ser un lugar de peregrinación, donde nuestra Madre derrame abundantes bendiciones para todos los que le supliquen.


Dios los bendiga.
¡Firmes en la brecha!
P. Diego Cano, IVE.
 

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