Mientras los católicos estamos enzarzados en cuestiones que nos dividen, los que desde fuera promueven dichas discusiones van ganando terreno, no sólo contra la Iglesia sino contra la misma humanidad. No en vano, es el demonio el que mueve sus hilos.
Por ejemplo, esta semana, entre otras cosas, se ha aprobado la ley de la eutanasia en Italia, el Supremo de Argentina ha declarado inconstitucional la clase de Religión en horario escolar y en Australia se ha presentado un informe por parte de la comisión civil que estudia los casos de pederastia que exige que se suprima el secreto de confesión y que los curas denuncien a los pederastas en cuanto alguno vaya al confesonario. Es el laicismo que no cesa, como un rayo demoledor que cae no sólo sobre la Iglesia sino sobre la sociedad en su conjunto.
Lo de Italia es particularmente grave, pues aunque la ley de eutanasia aprobada se presente como “ligth”, la verdad es que es el viejo truco del resquicio en la puerta para irla abriendo luego de par en par. De momento, cualquier puede pedirla, sin importar los motivos, y la obligación de aplicarla afecta incluso a los hospitales y médicos católicos. No se ha aprobado la inyección letal, pero sí la retirada al enfermo de la alimentación y la hidratación, con lo cual, si se le ha sedado antes, se le dejaría morir sin que él se enterase.
En Argentina, el Supremo ha decidido que la religión molesta en los colegios y que hay que sacarla fuera. De momento, sólo la echan del horario escolar. Se ve que como los niños y jóvenes andan sobrados de formación ética, hay que quitarles lo que recién para que no tengan tanta. Así conseguirán el prototipo de hombre que buscan, cada vez más animal y menos racional. Es decir, cada vez más fácilmente manipulable por parte de aquellos que entienden la humanidad como un gran rebaño. Lo que Orwell describió en “1084” es un juego de niños comparado con lo que están implantando los autores de esta ingeniería social que domina el mundo.
Por último, lo de Australia. La llamada “Comisión Real” para el estudio de los abusos a menores ha recomendado, entre otras cosas, que se suprima el secreto de confesión y que los curas tengan la obligación de denunciar al que se acerque a confesarse un pecado-delito de ese tipo. La cosa no puede ser más tonta, pues si eso se aprobara es evidente que nadie se iría a confesar sabiendo que de ahí va a ir a la cárcel. El arzobispo de Melbourne y presidente del Episcopado australiano, monseñor Hart, ha dicho que la Iglesia no va a aceptar eso de ningún modo, aunque ha añadido que él personalmente no daría la absolución al penitente hasta que voluntariamente no acudiera a la policía a entregarse.
Hay muchas más cosas: la ampliación del aborto en Bolivia, el control de los niños por el Estado denunciado por el arzobispo de Trieste, y otras. Todas apuntan a lo mismo: el laicismo se ha lanzado a degüello a domar una sociedad que ya no es defendida por una Iglesia fuerte, porque ésta se encuentra casi en estado de guerra civil. Y ya se sabe, lo dijo Cristo: “Un reino en guerra civil se derrumba casa tras casa”. Por el bien de la humanidad, la Iglesia tiene que recuperar su unidad, cuanto antes.