Antes de comenzar con la crónica, les pido disculpas, pero no puedo enviar fotografías debido a la muy mala conexión que tenemos en la misión en este tiempo de lluvias es imposible cargarlas en la página… deberán imaginarlo todo. P. Diego.
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Domingo 29 de noviembre de 2015
Teófilo, amigo de Dios
Detrás de cada persona hay una historia, y sé que con esto no digo nada nuevo, pero es una verdad incontrastable. Les cuento brevemente una anécdota misionera. No pude dedicarme a pedir muchos datos del enfermo al que fui a administrar los sacramentos hace un par de días, sino que lo que puedo contarles ahora es a partir de un solo episodio, el único encuentro con él, pero que me reveló gran parte de su historia, o una parte muy importante de ella.
Llamaron para que fuera al hospital de Mbika, la aldea más cercana, que está a cuatro kilómetros de nuestra casa. Este es un hospital del estado, y realmente deja mucho que desear en todo sentido. He estado allí muchas veces, sobre todo para ir a ver a enfermos de algunas aldeas, que los traen allí para ser atendidos, y nos llaman para que vayamos a verlos, sobre todo a llevarles los sacramentos, de la comunión, confesión, y en algunas ocasiones, la unción de los enfermos. Otras veces he tenido que ir para algún estudio de la malaria, o algún otro caso de un monaguillo accidentado.
La sala que es de internación es desoladora. Es una edificio un poco apartado del resto, según parece ha sido pintado hace varios años atrás. Las paredes están muy manchadas y sucias, y al ingresar se siente mucho olor a murciélago. Los tubos de la luz están colgando como pueden, las camas están en dos filas a los costados, pero no como podríamos imaginar, sino tocando cabecera con cabecera. Algunas camas tienen tela mosquitera, otras deben procurarlas los mismos enfermos o sus familiares. En algunas oportunidades hasta he visto pollos y gallinas caminando por debajo de las camas. Lo bueno es que uno en ese lugar entra como por su casa, no hay horarios de visita, ni permisos ni nada de eso. Simplemente hacemos los saludos de rutina en la entrada donde suelen estar un par de enfermeras, y pasamos.
Allí me esperaba un enfermo, Teófilo, un abuelo de unos 83 años, que había sido catequista hace mucho tiempo. En el camino le explicaba a mi acompañante que el significado del nombre Teófilo en griego era “amigo de Dios”. Al ingresar en la sala, ya era de noche, y había poca luz. Nos recibe uno de los hijos que lo estaba cuidando. Teófilo estaba durmiendo, y lo despierto para decirle que soy el sacerdote que viene a visitarlo. Cuando escuchó esto, hizo una sonrisa tan grande, que nos contagió a nosotros tres y nos reímos. Me apretaba al mano y me agradecía muchísimo. Le dije que venía a traerle a Jesús en la Eucaristía, y me contestó: “Es lo mejor que me podía traer, no hay nada más grande que eso”. Y estaba feliz. Luego hizo una confesión, con total lucidez. Y recibió la unción de los enfermos y la comunión, rezando todas las oraciones muy claramente. Luego de recibir la comunión descansó y nos despedimos… nuevamente volvió a agradecer, con una gran sonrisa y apretón de manos.
Y por eso decía al principio que por un simple hecho como este, puedo entrever gran parte de la historia de Teófilo, o lo más importante de su historia. Porque deseaba recibir a Cristo, porque deseaba los sacramentos, porque agradeció con tanta alegría y tan sinceramente. No sé cuántos hijos tuvo, ni nietos, ni dónde ha vivido, ni nada por el estilo. Pero puedo ver que ha sido un hombre de fe, que rezaba y que amaba los sacramentos. Veo que se ha acostumbrado a rezar, y que no costaba en absoluto que entendiera qué íbamos a hacer. Juntó las manos, rezó todas las oraciones, se quedó en paz, se alegró, nos agradeció. Pienso que Teófilo, el viejo catequista, ha sido un “amigo de Dios”, que tanto se alegró de recibirlo en medio de sus sufrimientos, y en los últimos momentos de su vida.
Postrimerías en Mkondogwa
Y para despedirme de ustedes, algo que ya no es parte de la crónica de la visita a Teófilo, sino que es del día siguiente, pero tal vez no sea suficiente como para hacer una crónica aparte. Deseo de todos modos que quede registrado, porque me parece algo muy bueno para un misionero. Fui a visitar la aldea de Mkondogwa, donde hice treinta y cinco bautismos de niños. La capilla es muy chica, y quedaba gente afuera. Pero en el momento de las lecturas comenzó a llover, y comenzaron a entrar todos, y quedaron apretujados adentro. ¡Qué buena oportunidad de brindaba Dios de predicarles! Allí estaban todos, sin apuro, con el ruido de la lluvia, y rodeando al sacerdote. Como la lluvia hacía mucho ruido en el techo de chapas, para que se escuche mi voz, me paré en el medio de la capilla, pero dando pasos muy altos sobre los niños que ocupaban, o rellenaban mejor dicho, todos los espacios. Allí les dí un sermón misionero, porque es un lugar donde venimos pocas veces, a veces sólo una vez al año, y aprovechaba que como había bautismos, habían muchos que se los veía no eran habitués de la capilla. Allí tomando pie de la lectura del profeta Daniel, pude hablarles del juicio, universal y particular. Y me llamaba la atención cómo los ojos de muchos de los hombres me seguían todo el tiempo. Luego pregunté, y varios eran paganos, pero me admiraba la atención con la que estaban. Fue impresionante para mi ver lo fácil que era hablarles de las verdades eternas, y el impacto que causaban estas verdades. Podría ser una imagen de ensueño para un seminarista que en sus años de formación sueña con su futura tierra de misión… estar en una aldea, en un lugar lejano, en medio del África, rodeado de gente: niños, jóvenes y grandes, casi sin lugar para moverse, y con los ojos y oídos de todos mirando y prestando atención. En ese lugar, poder hablarles de la muerte, del juicio, de la vida eterna, de los destinos eternos… cielo e infierno. Claro que siempre falta la soltura de la lengua, pero creo que lo suple el deseo y el fervor.
Esto agrego hoy, 17 de diciembre
Podría haber corregido y cambiar los escritos, pero como a modo de diario, dejo lo escrito cada día como está. Lo que han leído, lo escribí hace más de dos semanas, y hoy al revisar esto para publicarlo, debo contarles que tres días atrás fui a celebrar la misa del entierro de Teófilo. Pero en absoluto me produjo tristeza, sino todo lo contrario. Luego de haberle administrado los sacramentos, en plena conciencia, y con una recepción tan positiva y alegre, no tengo más que agradecer a Dios de que lo tenga ahora junto a Él.
Me pidieron que vaya a decir la Misa en su casa, como se acostumbra. Normalmente entierran los difuntos en el terreno de la misma casa, no muy lejos, a veces bastan unos diez metros de distancia, como en este caso. Entonces la Santa Misa fue en Ibambala, pasando un poco el poblado. Al llegar encontré mucha gente, esperándome para comenzar la ceremonia. Todo estaba muy bien preparado.
Otra vez me sucedió algo parecido a lo de Mkondogwa, que me vi en una oportunidad inmejorable de predicar el Evangelio, particularmente las verdades eternas. Como les he contado otras veces, a los funerales deben asistir todos… y cuando decimos todos, nos referimos a los familiares, vecinos, amigos. Pero son todos los familiares, todos los vecinos, todos los amigos. Sin excepción. Y si no asisten sin una causa justificable, deben pagar una multa, en dinero, o con un chivo. Los ancianos y los líderes de la villa controlan que todos asistan, y son los encargados de informarse de los que no han asistido. Si en dos o tres ocasiones una persona no asiste, sin motivo, y sin cumplir la multa, lo separan de la sociedad, nadie lo saluda ni le hace favores, y si muere alguien de la familia no asiste nadie. Es por eso que todos tratan de cumplir.
Y en estas ocasiones vienen muchos paganos, vienen protestantes, y también musulmanes. En el caso de una familia cristiana, y de un catequista, también asisten todos los miembros de la iglesia, líderes, coro, y demás grupos.
Es decir que en su mayoría los que allí estaban eran cristianos, pero no todos. Lo bueno es que los demás respetan, y saben que si el finado era católico el que preside la celebración es el sacerdote o el catequista, y se siguen todos los ritos católicos del entierro. Allí me encontré delante de una gran multitud, en un orden y silencio muy admirable. Un buen micrófono que me ayudaba notablemente a hablar calmado, y que la voz se trasmita a todos lados. El contexto era ideal, en un atardecer, en tiempo de lluvias, aire fresco y vegetación abundante. Debido a mi demora tuve que ser breve… y en mi swahili básico les hablé especialmente de eso que les contaba a ustedes al principio, del nombre de Teófilo, y su significado. Creo que la idea central quedó bien clara, que Teófilo fue amigo de Dios, y por eso se alegró de recibir los sacramentos. Pero para ser amigos de Dios, hay que tener trato con Él, y sobre todo, hay que cumplir los mandamientos y no ofenderlo. No podemos decir que somos amigos de Dios y nos la pasamos cometiendo pecados… el día de presentarnos ante Dios, nos preguntarán quiénes somos, y responderemos que amigos de Dios. Pero Él nos dirá: “¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad!” (Mt 7,23)
La idea es lo más simple, pero como simple es la verdad. Y por eso creo que podía percibir los ojos de la mayoría muy atentos, sobre todo del lado de los hombres, y me causó impresión… y me alentó a seguir adelante un poquito. No sé si era además lo llamativo de ver a un blanco hablando en swahili, cosa imposible para ellos. Sea lo que sea, también esto me ayuda a predicar el evangelio, el que escuchen plagada de errores de gramática y pronunciación, una verdad que es indiscutible.
Así pues, todos a tratar de ser buenos amigos de Dios… cumpliendo los mandamientos. “Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando” (Jn 15,14).
¡Firmes en la brecha!