Pequeñez

14 de agosto de 2015

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Hace poco, en la tierra de san Pablo, unas religiosas decían con toda simplicidad: «no somos “nada”, así nos lo han hecho saber e, incluso, nos lo han dicho a la cara. Y nosotras hemos decidido asumir eso como nuestra espiritualidad, la espiritualidad de ser nada»
 
Alabado sea Dios por tanta gente en el mundo que ha querido hacerse nada desde las más diversas vocaciones, laicales o consagradas. Gente que se pone al servicio de todos con independencia del reconocimiento que se les haga. Gente que genera vida desde la pequeñez, sin ambición ni egoísmo. Gente que sabe ubicar las expectativas con realismo, sin que eso les disminuya la esperanza ni el entusiasmo por lo que hacen y lo que viven.

¡Cuánta fortaleza y fineza de espíritu se necesita para vivir esta espiritualidad de la nada!

En ocasiones, uno entiende el sentido de algunas de las virtudes clásicas cuando se encuentra de frente con ellas. Sí; cuánto olvido de sí hay en esta “nada” que, seguramente, se convierte en ser “todo” para quien recibe los beneficios de una vida así de generosa…

No es que hacer grandes cosas sea fácil: sería demasiado maniqueo plantearlo así. Pero tampoco nos engañemos: tiene más gratificaciones palpables. La espiritualidad de la nada recuerda aquello de que “vuestra recompensa será grande en el cielo”. Menos mal que, de vez en cuando, el cielo se hace un huequito en la tierra y vislumbramos el bien y la vida que nace de esta aparente nada.

Hace poco escuché decir a un profesional que, es en los pequeños pasos, donde se distingue al buen bailarín. Y, de hecho, los grandes cantantes se distinguen cuando son capaces de sostener una melodía poco colorida y darle tanta intensidad y emoción como cuando ejecutan el agudo más lucido. Pero, ¿saben?, por regla general el público sólo explota en aplausos cuando escucha el agudo que, a veces, ni siquiera es el más difícil…

Podríamos ir encontrando los paralelismos en todas las profesiones. Pero también se encuentran en la vida personal.

Claro que hay momentos para la heroicidad. Pero, normalmente, nuestra vida se desarrolla en base a hechos cotidianos que pueden revestir grandeza impregnada de discreción. La abnegación puede ser una virtud fecundísima si se encarna equilibrada con una justa autoestima y una sensata humildad. Distribuir las fuerzas físicas, anímicas, espirituales para que estén presentes en cada pequeño embate y reto de la vida, es un arte que nos conviene cultivar.

Reconciliarnos con el “ser nada” es la manera de abrirnos a que Dios sea nuestro todo, a que sea todo en nosotros. ¡Qué aparente despropósito…!


 

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