Charles Taylor ha dedicado su última obra a esta cuestión. La Era Secular, se llama, y nos muestra en su primer volumen, el único publicado hasta ahora, el proceso que ha conducido, a Europa sobre todo, a la desaparición de Dios.
La sociedad secular se caracteriza en su quintaesencia por el hecho de que Dios desparece de la conciencia individual, y de la vida colectiva, algunos creen en él, y otros no; pero la inmensa mayoría actúa como si no contara para nada, es irrelevante y no se le debe ninguna especial relación, o bien esta queda supeditada a la primacía de lo inmediato y temporal. Aquello que escribía Santa Teresa a sus monjas en Camino de Perfección, “no hay que hacer caso de todo lo que tenga fin”, ha desaparecido. En realidad lo que funciona para muchas conciencias religiosas es todo lo contrario: solo lo efímero cuenta, la política por ejemplo, y la condición religiosa no es tanto un fin en sí mismo como un “cargarse las pilas” para hacer bien las cosas de aquí.
Se han invertido los términos. Se ha pasado del deber y el amor hacia Dios, un fin en si mismo que tiene un desbordamiento, una especie de efecto spillover sobre la vida humana, procurando el bien, a comprometerse solo con el bien dejando detrás a Dios. No es lo mismo, y su dinámica acaba conduciendo a un dios subjetivo, esto es a una instrumentalización de su realidad inefable. No se trata de algo radicalmente nuevo. En realidad es una herencia del deísmo -estamos hablando del siglo XVIII-, cuando se inicia el giro antropocéntrico, que de esto se trata, que culminará con nuestra sociedad desvinculada, que es en la práctica un sinónimo de la sociedad secular.
Con el deísmo se produjo el “eclipse de la idea de que exista un propósito adicional, y por tanto la idea de que le debemos a Dios algo más que la realización de su plan”. Y su plan no es otro que beneficiar a la humanidad. Luego, solo debemos dedicarnos a esto último. El Abate de Saint-Pierre es un exponente de esta visión, que tiene diversas consecuencias. Una, decisiva, la reducción del cristianismo a un humanismo, donde la Encarnación, la Revelación, y la renovación de la Alianza pierde todo sentido, porque en realidad es El cristianismo tan Antiguo como la Creación, el título del revolucionario libro que escribió Mattheu Tindal en 1720. Nuestras obligaciones para con Dios se limitan a que “abarquemos el Interés Común, la Felicidad mutua de sus Criaturas”, y eso es todo lo que se extrae del Evangelio, quedando Jesús reducido a su humanidad temporal, porque no hay nada de sobrenatural en Él.
Otra consecuencia decisiva es que no queda espacio para la gracia, ni para el misterio de Dios, los seres humanos solo echando mano de la razón tienen recursos suficientes para explicarlo todo. Aunque la práctica demuestre abrumadoramente todo lo contrario. Ni tan siquiera somos capaces de explicar cómo y porque surge la vida, pero ya sabemos que es lo que es Dios. Es una razón irracional.
Esta vieja corriente de pensamiento hoy es vista como novísima y celebrada, y posee un efecto demoledor sobre la conciencia religiosa, en la falta de vocaciones de vida consagrada a Dios y en la reinterpretación de las existentes. Los monasterios como lugar pensado para la vida entera con Dios, la oración como la gran fuerza que cambia el mundo, los sacramentos, la liturgia, son leídos desde la secularidad deísta y desechados como una pérdida de tiempo, o utilizados como recursos de autoayuda, al mismo nivel que el yoga, o la depuración intestinal. La beatificación de una santo o es una tontería o un signo político. Lo bueno es pedir dinero para una fundación solidaria, aunque los patrones sean joyeros y empresarios, o fundar un partido y querer ser presidente de la Generalitat, o denunciar el mal de las farmacéuticas. Cito estos ejemplos porque corresponden a dos monjas de rabiosa actualidad, que encarnan hasta la exageración aquella secularización de Dios. Un periodista y escritor dotado de gran elegancia intelectual terminaba un artículo ('El Hábito hace al Éxito', La Vanguardia, 25 mayo) sobre aquellos dos personajes mediáticos en estos términos: “Se someten al aplauso de la audiencia y a la superioridad moral de una ideología” (sobre la fe). Perfecta descripción, solo añadiría algo de Santa Teresa: “La humildad se consigue no cayendo en la tentación de disfrutar de honores”.
Estos dos casos particularmente llamativos nos ilustran sobre la gravedad del problema y sobre el daño que ya ha hecho, Se trata de la destrucción de la conciencia religiosa cristiana, su conversión en una mezcla de humanismo New Age, manual de autoayuda, y revuelta peronista. Y esto es corrosivo porque son figuras expansivas que cristalizan el signo de este tiempo, la era secular, en la que el catolicismo, la Iglesia, es contracultural, y por tanto exige un cierto valor moral proclamar su verdad, sin instrumentalizaciones ideológicas. No estoy seguro que tal virtud abunde.