El Covid-19 mató a la madre del padre John Unni. Aquí comparte su íntima experiencia de Dios en el dolor

24 de agosto de 2020

"Dios dice: ´Oye, escucha, te estoy dando la forma de pasar por esto. Mantente conectado conmigo´. Como a San Pedro nos dice: ´No dudes. No tengas miedo. Estoy aquí contigo´. Así es como veo la vida. Siempre estoy hablando con Dios, ya sea un día como hoy o en un mal día. Y todos tenemos ambos".

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Se crio en North Reading, comuna al norte de Boston (USA), fue el mayor de tres hermanos y vivió un camino tortuoso hacia el sacerdocio. De niño, le gustaba jugar en la calle hasta que se encendían las luces y repartía periódicos para ganar algo de dinero, incluyendo el Boston Glove que ha registrado este testimonio.
 
Tuvo una novia en su juventud y era propietario de un pequeño negocio dedicado a la jardinería, para complementar los escasos ingresos que obtenía como profesor de secundaria en el North End. Pero el llamado de Dios fue demasiado fuerte, muy atractivo y claro. John Unni se había resistido por años y el buen Dios, lo esperó paciente, hasta llevarlo al redil del orden sacerdotal.
 
Ha celebrado los días más brillantes de sus feligreses, bautizando bebés y casando parejas jóvenes y alegres. Como pastor, ha tomado las manos de miembros de la familia tratando de contener y ofrecer esperanza ante inimaginables y repentinas muertes de seres queridos. Pero nada preparó al padre John para una pandemia que lo ha tocado este año de forma tan personal y poderosa.
 
Su madre, Estelle Unni, de 87 años, murió de coronavirus el 10 de mayo pasado, dejando tres hijos y tres nietos que simplemente la adoraban. “Fue como de la nada. Ella parecía estar bien el domingo y el lunes por la mañana dio un giro”, recuerda el padre John. “Y está de vuelta con el buen Dios, en el Día de la Madre”.
 
Luego fue el turno del padre John Unni. Tenía congestión de pecho, problemas para respirar, fiebre y frío. También estaba adolorido y exhausto. El diagnóstico: COVID-19.
 
“Ahora me digo: sigue moviéndote, sigue moviéndote. Porque estoy cansado. Dicen que es uno de los efectos residuales de esto, la fatiga. Pero también estoy triste. No desarmado por la tristeza al punto de protestar: '¡Oh, Dios mío! ¡Mi madre murió!' Más bien… Yo la amaba. Estuve en su vida. Un contacto constante. Realmente han pasado 42 años desde que mi padre murió. Definitivamente estuve en la vida de mi madre de esa manera. Constantemente. Y de repente se detuvo así. Soy como cualquier otra persona. Sólo han pasado un par de meses. Así es que estoy cansado. Estoy triste. Estoy triste por todo el asunto”.

 
Decir que el padre John Unni es querido por su familia parroquial de la Iglesia Saint Cecilia es aplicar la clásica subestimación. A menudo cambia su vestimenta sacerdotal por gorras y camisetas. Es muy activo en Facebook y las redes sociales, atrayendo una gran audiencia a sus sermones de los domingos, que son transmitidos y archivados en línea.
 
Con tantos muertos, con tanto tumulto financiero, con tantas vidas trastocadas para siempre y millones derivando a la pobreza, al preguntarle dónde está Dios en todo esto responde: “No creo que Dios nos haga nada de esto. Esto es el material del cual está formada la vida. Aquí no es el cielo. El mundo está lleno de bondad y belleza, alegría y luz. Pero también está lleno de injusticia, dolor, maldad y oscuridad. Todo está en la mezcla. Dios dice: ‘Oye, escucha, te estoy dando la forma de pasar por esto. Mantente conectado conmigo’. Como a San Pedro nos dice: ‘No dudes. No tengas miedo. Estoy aquí contigo’. Así es como veo la vida. Siempre estoy hablando con Dios, ya sea un día como hoy o en un mal día. Y todos tenemos ambos”.
 
Por estos días, dice, suele recordar aquella época cuando enseñaba en la escuela de día y en el jardín de noche. Recuerda haber suplicado a los cielos, pidiendo consejo a su padre, entonces fallecido, sobre si debía entrar en el seminario.
 
“Conducía una camioneta hacia la escuela secundaria Cristóbal Colón en el corazón del North End y dije: ‘¡Papá! ¡Papá! Sólo háblame. Prometo que no se lo diré a nadie. ¿Debería hacer esto?’
 
Luego de esto comprendió que la fe requiere una práctica obediente y estar atento a la voz del Espíritu. Y aprendió a estar quieto durante una hora, todos los días, a solas con Dios, para rezar. “Él es pacífico, calmante, aunque tenga muchas cosas en mi cabeza, como tú, como todos nosotros, que es una cacofonía”.
 
“Hay maneras de pasar por esto y no perder la esperanza" prosiguió el padre John. "Hemos pasado por una pandemia en 1918. Hemos pasado por guerras mundiales. Hemos pasado por guerras frías. Hemos pasado por depresiones. Vamos a superar esto. La clave será el cómo. Y creo que eso es con un sistema de creencias y fe en Dios. Personalmente, hablo con Jesús. Hablo con el Espíritu todo el tiempo, algo propio de la tradición católica. Me sostiene. Me da perspectiva. Me calma. Me da perspicacia. Todos esos son dones del espíritu”.

 

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