Dios le dio 90 años a su alma para cambiar, para entender, para pedir perdón. Pedir perdón a sus millares de víctimas, a sus millones de oprimidos, pedir perdón a Dios, a sí mismo... Perdonarse a sí mismo para seguir viviendo con dignidad, para no vivir bajo el remordimiento, bajo el peso de una culpa abrumadora, para no vivir como Macbeth, como un animal acorralado, acorralado y mordido por su propia conciencia.
Ahora el tiempo se ha acabado para Fidel Castro. Ahora ya no hay poder sobre la tierra ni santo ni ángel que pueda otorgarle el perdón. Él, que sentenció a tantos, si ahora está sentenciado, ya no encontrará perdón ni en este mundo ni en el cielo.
Castro, que no tuvo piedad de tantos que suplicaron misericordia, si ya no ha encontrado perdón, ya no lo encontrará nunca. Él que hizo un infierno de la vida de muchos, si ha entrado en el infierno, ahora sufre con los ojos abiertos. Él que siempre tuvo los ojos de su conciencia cerrados ahora ve. En el infierno o en las espantosas moradas de la purificación destinadas a monstruos como él, ahora ve, sufriendo... pero, por fin, ve.
Ahora no le son de ninguna ayuda ni todas las manifestaciones multitudinarias en la Plaza de la Revolución que se puedan convocar en su honor ni todos los artículos que el diario Gramma escriba loándol ni todos los discursos del Partido que lo ensalcen hasta las nubes. Todo eso... ya no sirve. Ahora está solo, con su alma. Encerrado en la terrible prisión de su alma. En el reino oscuro de Satanás o en las prisiones inmateriales del lugar de purificación su destino le estaba esperando. Durante 90 años, su destino eterno le estaba esperando.
Pero sea que ahora esté en una morada o en otra, lo que no os queda ninguna duda es que la Justicia ha recaído sobre su pequeña y miserable alma. La única duda, la única, es si su espantosa situación durará siglos, o siglos sin fin.