Buscaban el "sueño americano"

"Una poderosa oración al Espíritu Santo" salvó a un matrimonio de Puerto Rico

09 de septiembre de 2016

"Éramos víctimas de la gran mentira de esta sociedad en que vivimos, buscando la felicidad en el poder, el éxito y el dinero"

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La fe católica es parte del ADN cultural, de la identidad de su gente, del alma de Puerto Rico. Por más de cien años los hijos e hijas de esta isla invadida han protegido su cultura e identidad confiándose con devoción a la protección de la Santísima Virgen María, quien se ha hecho presente, actuante, en los momentos cruciales de su historia.

Con este sello trascendente fueron formados Damaritza y Juan, dos “boricuas” que lejos de la propia tierra comprenderían la importancia de la fe heredada de sus padres…

Dios alimenta la fe

Transcurrían los años ochenta, eran jóvenes, estaban enamorados. Aunque algo ingenuos y bombardeados por el relativismo de una sociedad que les sugería dar rienda suelta a sus impulsos, la semilla de la fe había sido bien plantada en sus almas…  “A pesar de las muchas distracciones, tentaciones, las decadentes vertientes morales y las dificultades familiares que veíamos a nuestro alrededor, Dios en su amor y misericordia nos guiaba y mantenía cerca de sí por medio de hechos concretos, pequeños pero significativos”, comenta Juan Ortiz a revista The Word Among Us.

Fue Damaritza quien invitó a Juan a participar en un grupo de formación juvenil parroquial y luego en actividades pastorales, hasta formar una red de amistades sólida. “Por seis años y medio Damaritza y yo fuimos novios –recuerda Juan-, manteniéndonos fieles el uno al otro y castos hasta nuestra boda efectuada el 14 de julio de 1990…  Luego de haber luchado por mantener al Señor en la vida de cada uno por tantos años mientras éramos solteros, ahora sólo deseábamos hacer lo mismo mientras establecíamos la familia propia. Sin embargo, pronto nuestra fe y convicción serían probadas por Dios”.

Cuando las pruebas comienzan

Un año después Juan logró conseguir trabajo como ingeniero en una base naval al sur de Maryland (USA). Con su primera hija que tenía apenas un mes de vida y sólo cuatrocientos dólares para subsistir las primeras semanas, estos jóvenes padres enfrentaron con temor el desarraigo de la isla.

Nada más presentarse al trabajo Juan se sintió feliz al ver que era recibido por quien lo había reclutado en la Universidad de Puerto Rico. Sin embargo tras el saludo inicial rápidamente tomaría conciencia del desafío que enfrentaba... «¿Viste al que pasó? Tú tendrás que trabajar diez veces más que él para recibir apenas la mitad del reconocimiento», le dijo su reclutador. “El comentario me llegó como un fierro caliente, sentí temor”.
Y Juan en lugar de confiarse a su esposa, orar juntos, buscar la paz en Dios se confió a sus capacidades, seguro de que sería capaz de hacerlo todo para “sacar adelante a mi familia”
 
Un castillo sobre arena movediza

“Yo sufría porque por mucho que trataba no podía hacerla feliz. Así que me hundí más en mí mismo, y me dispuse a trabajar el doble, para así poder proveer estabilidad a mi familia…Tan sólo dos años después compramos una casa y yo esperaba que gracias a mis esfuerzos las cosas por fin empezaran a mejorar. Pasaron los años y se acumularon los éxitos en mi trabajo, mientras la familia también crecía con la bendición de dos hijos más, un varón y otra niña...”
 
Pero aunque en lo material habían logrado “salir adelante” el matrimonio y la vida familiar estaban en una profunda crisis. Juan vivía volcado al trabajo, ausentándose incluso por días seguidos del hogar… “Nuestro matrimonio se estaba enfriando, nuestra unión se estaba destruyendo, y yo entré en una crisis. Éramos víctimas de la “gran mentira” de esta sociedad en que vivimos, buscando la felicidad en el poder, el éxito y el dinero. Nos habíamos olvidado de que Dios es la fuente de la felicidad y no el mundo. Estábamos erróneamente forjándonos un porvenir por nuestras propias fuerzas, construyendo nuestro castillo sobre arena movediza y el castillo se nos estaba derrumbando”.
 
Dios viene al rescate

Conversaron y una de sus prioridades fue el ir nuevamente todos los domingos a misa, para comulgar juntos. A las pocas semanas los invitaron a un retiro de la Renovación Carismática y luego se integraron a una de las comunidades. “El ingreso a la Comunidad de Familias en Cristo Jesús (FCJC) literalmente fue lo que nos salvó. Luego de un curso de 13 semanas, recibimos una poderosa oración para el avivamiento del Espíritu Santo sobre nosotros y desde ese momento todo cambió en nuestra vida. No hay otra forma para describirlo: fuimos inmersos en el Espíritu del Señor, en su Palabra y en su Iglesia como nunca antes”.

Orar juntos como matrimonio y con los hijos, confiándose en todo a Dios, leer a diario la Sagrada Escritura, acudir seguidamente a los sacramentos, comenzó a ser una necesidad vital para ellos. Desde entonces han transcurrido más de 17 años y junto a su esposa Juan agradece “el gozo de experimentar que Dios puede llevar a cabo su plan perfecto usando instrumentos tan ineptos y necesitados de sanación, como nosotros”.
 
Lo mejor de sus vidas es para Dios
 
Juan y Damaritza viven en Lexington Park, Maryland. Él se prepara en estos días para el Diaconado Permanente en la Arquidiócesis de Washington, D.C. Ella es coordinadora de los cursos de iniciación cristiana para adultos RCIA y animadora de la Comunidad Hispana en la Parroquia del Inmaculado Corazón de María. Las hijas, Mariángeli y Desiree, siguen los pasos de sus padres  cultivando la fe y devoción mariana que heredaron de los abuelos en Puerto Rico.


Por su parte el hijo, Julián David (imagen a la izquierda sobre este párrafo), respondió con un sí al sacerdocio y ya está terminando su cuarto año en el Seminario San Juan Pablo II en Washington, D.C.

 

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