El Papa desde el primer momento de su pontificado comenzó una cruzada para erradicar la raíz del mal que había conquistado estamentos y almas de la Iglesia. IOR, abuso de menores, reordenamiento del ejercicio del poder y muchas otras materias fueron el puntapié inicial de una ola de intervenciones colmadas de gracia que también han impactado a entidades laicas… países, instituciones, personas.
Vicio, abuso, hacen parte de las prácticas que personas, instituciones, gobiernos, mafias e incluso grupos religiosos ejercen sobre otros para alcanzar los objetivos que se han propuesto generando entonces un beneficio para sí mismos y/o para terceros… siempre a expensas de quien es abusado y violentado, sea o no consciente de ello.
Esta realidad, definida como corrupción, importa desafíos a las leyes locales e internacionales y a diversos ámbitos del quehacer social, como también a la vida íntima de sus actores.
Es el acento que en los últimos días ha estado poniendo Papa Francisco en sus cotidianas catequesis… “Los mercados financieros no pueden gobernar la suerte de los pueblos” (
pulse para ver) advirtió el pasado lunes ante unos sonrojados adalides de las finanzas. Ya en su homilía de la mañana en la Eucaristía que celebra en Casa Santa Marta quiso remecer la conciencia –que es iluminada por la Gracia- de los políticos y líderes de la sociedad denunciando que “Los daños de los corruptos los pagan los pobres” (
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Pero Papa Francisco desde el primer momento de su pontificado ha enfrentado la corrupción, en su dimensión visible y la invisible, que es causa primera. Y lo ha hecho, sin privarse del estilo verbal y de signos que le es propio, aunque cause recelos que no desea a más de algún fiel o miembro del clero.
Sabe bien el Papa lo que implica la frase evangélica “mirad que os envío como ovejas en medio de lobos”, como también que, sólo en un permanente ejercicio espiritual de disposición a la gracia, los poderes del Mal que se expresan en la corrupción, nada podrán frente a la gracia transformadora del Espíritu Santo que se expresa en su ser Pontífice (puente de unión) para el bien de todo hijo de Dios.
Sus reiteradas catequesis que acreditan la existencia y desenmascaran al ‘Padre de la Corrupción’ –más de ciento cincuenta menciones al demonio- y sus signos (devoción a san Miguel Arcángel situando una imagen en los jardines vaticanos, consagración a la Santísima Virgen María y rezo del rosario, el centro en la Eucaristía con sus convocatorias globales a realizar Adoración Eucarística, su insistencia en la oración como en la práctica sacramental y muchos otros) que educan la fe respecto al cómo purificar, mantenerse fieles y permanecer inmune a todo mal, dan cuenta de la claridad doctrinal del Papa y su sello pastoral.