Maquiavelo y las tiranías modernas

01 de abril de 2016

Compartir en:



Uno de los grandes analistas políticos del siglo XX fue Raymond Aron, uno de los principales representantes de la teoría del realismo en las relaciones internacionales. Es cierto que no todos los que estudian el escenario internacional dan importancia a las ideologías. En cambio, Aron sí era de los que creían que las ideas mueven el mundo, aunque no todos lo piensan en la época actual, donde parecen imperar el pragmatismo y el relativismo moral. Vivió en la época de los totalitarismos de entreguerras, pero nunca creyó en los tópicos de que el fascismo y el nacionalsocialismo carecieran de doctrina y solo consistieran en la acción arrebatada y en la “divinización” de los líderes.

Estas observaciones son el resultado de haber encontrado en una librería de segunda mano una obra de Aron en francés, Maquiavelo y las tiranías modernas. Se trata de una recopilación de artículos sobre el pensador renacentista que, a lo mejor, hubiera desembocado en una obra mucho más extensa y trabajada, que Aron no llegó a escribir. La lectura de este libro no ha sido un mero viaje al pasado sino que me ha servido para llegar a la conclusión de que algunas reflexiones aronianas siguen siendo útiles en un tiempo en el que afloran los nacionalismos y populismos radicales.

Mussolini se sentiría complacido si le hubieran dicho que era un gran seguidor de Maquiavelo. De hecho, prologó una edición de El príncipe, y envió un ejemplar dedicado a Hitler. El Führer le correspondió con una recopilación de las Obras completas de Nietzsche que, evidentemente, el líder alemán no había prologado. Sin embargo, en el otro extremo ideológico, Stalin no habría considerado una alabanza cualquier comparación con Maquiavelo. Es significativo que en 1936 durante los procesos de Moscú, que purgaron el partido comunista, Lev Kamenev, dirigente de la vieja guardia, fuera acusado, entre otros cargos, de haber editado poco antes a Maquiavelo, además de escribir un prólogo en que recomendaba su lectura. Aseguraba que el florentino no era un cínico sino que se limitaba a describir ciertas situaciones. En palabras de Kamenev, Maquiavelo era un maestro del aforismo político y un brillante dialéctico. La condena del veterano dirigente pretendía demostrar que un comunista no podía ser nunca un maquiavélico, aunque los métodos de Stalin sí lo eran.

Según lo expuesto anteriormente, lo “lógico” es que a los fascismos y a cualquier autoritarismo de derechas, el maquiavelismo les sentara como anillo al dedo.  Ahí están, por ejemplo, los asesinatos directamente decretados por Hitler como los de la “noche de los cuchillos largos”. Sin embargo, Aron demuestra en su libro que los comunistas tampoco están libres de maquiavelismo, pese a la condena de Kamenev por Stalin. Si el comunismo, o ciertos populismos de nuestros días, funcionan como religiones seculares, al igual que los fascismos, sus creencias dogmáticas les situarán por encima del bien y el mal. Si entienden que sus creencias son el bien supremo, todo método es válido para llegar al advenimiento de la sociedad perfecta que desean alcanzar. No tienen en cuenta esta conocida cita de Pascal, una de las favoritas de Aron: Cuando se quiere hacer de ángel, se acaba haciendo de bestia.

Al referirse a las tiranías modernas, Raymond Aron decía que nada tenían que ver con las tiranías aristocráticas de otros tiempos. A los nuevos tiranos les gusta rodearse de masas y presumen de conocer la psicología humana, y esto último ya lo decía el diplomático norteamericano George F. Kennan al referirse a los dirigentes soviéticos. Si solo se limitaran a esperar la llegada inexorable del advenimiento de la sociedad sin clases, manifestación del espíritu profético de Marx, sus días estarían contados.  Pero no quieren pensar el mundo sino transformarlo. Necesitan tomar decisiones y actuar. Entonces entra en acción Maquiavelo.

La toma y conservación del poder, con un rigor implacable en métodos y medios, precisa de la fuerza y de la astucia del maquiavelismo. En este sentido, la gran aportación de Antonio Gramsci, el comunista encarcelado en las prisiones de Mussolini, fue la de transformar al partido comunista en el “nuevo príncipe” de la política. Había que combinar la fortuna, la oportunidad que no había que dejar escapar, con una determinación implacable para alcanzar los objetivos perseguidos. Maquiavelo quedaba así rehabilitado si trabajaba por el triunfo del “partido del bien”.


 

Compartir en:

Portaluz te recomienda