Por casi dos décadas padre Ghislain Roy ha estado de misión por el mundo, viviendo aquello que es propio de un sacerdote… predicar, sanar, liberar, dar testimonio en fidelidad a la Iglesia, de Cristo resucitado. No se priva tampoco este canadiense de manifestar su amor por Dios y devoción de hijo a la Santísima Virgen María.
Pero existe algo particular en Ghislain Roy… es la evidente acción de la gracia de Dios que por su medio reciben los fieles cuando celebra la Eucaristía, preside las Adoraciones Eucarísticas y en especial cuando bendice implorando a la Divina Voluntad su misericordia que sana y libera.
Padre Ghislain, tras los pasos de Jesús pelea la batalla de Dios, siendo un instrumento de reconciliación, potenciando en los fieles la experiencia del perdón, del reencuentro con Dios Padre. Sobre esta realidad de la fe –para salvación de muchos-, conversó con Portaluz.
Según la fe católica el perdón de los pecados sólo puede ser otorgado por Dios en el sacramento de la Reconciliación, sirviéndose para ello de un sacerdote, como usted. ¿Cuándo y por qué la Iglesia estableció esto?
El sacramento se apoya en la palabra de Dios. Cuando Jesús dice a sus discípulos: «Todo lo que aten en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo»…, refiere para la Iglesia al sacramento del perdón, desde siempre. Este acto de misericordia se apoya en Cristo resucitado cuando les dice a sus discípulos –me parece que es el momento que narra el Evangelio de Juan de la primera aparición a los discípulos, luego de haber resucitado-: «…Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
Vale decir que el perdonar los pecados se corresponde con un don y orden directa de Jesús y es así una tradición muy antigua de la Iglesia…
Corresponde a lo que Cristo dijo en aquél momento.
¿Qué responde a quienes acusan a la Iglesia de que este sacramento es un instrumento para establecer autoridad y control sobre las personas?
Cristo mismo enseña a sus discípulos, diciéndoles que ellos también tendrán que dar este sacramento del perdón. En aquél tiempo no se trataba de ejercer un control sobre la gente. Era para dar la misericordia de Dios. El Señor sabía muy bien que para crecer en el amor de Dios, necesitaríamos misericordia y humildad. Poder reconocer delante de alguien su pecado, favorece la humildad. Hubiéramos podido confesarnos directamente con Dios, pero el Señor no lo quiso. Eso hubiese sido demasiado fácil. (En el sacramento de la reconciliación) debemos pasar por la humidad que es una escuela de misericordia... Entonces así ya no podemos preguntarnos ¿acaso he sido perdonado de verdad?...Aquí (en el sacramento), tienes la certeza que cuando el padre levanta la mano para decir “te perdono de todos tus pecados”, ellos efectivamente son perdonados.
La Iglesia enseña a distinguir categorías de pecados graves, mortales… Quizás muchos católicos desconocen si lo que confiesan es grave, mortal, venial o de otra categoría, sólo confiesan
Hay pecados cuya gravedad es evidente, como el aborto, el asesinato, matar, el robo. Pero este camino de la misericordia es una escuela. Una en la que vives constantemente el perdón. La conciencia del pecado viene de tu relación de amor con el Señor. Cuanto más consciente eres de que Él te ama, más cuenta te das de la gravedad de una falta que cometiste. Pequeña relación con Dios, pequeña conciencia del pecado en la vida. Cuanto más te acercas a Dios, más ocurre que su misericordia y amor te harán darte cuenta de la gravedad del pecado. Todo nace de esa relación de amor con Dios. Hoy en día vemos sacerdotes que no se confiesan, porque han perdido ese contacto íntimo con el Señor y ya no sienten la necesidad (de confesarse), porque esa relación de amor no está allí, en ellos.
Al leer los Evangelios se puede constatar que cuando Jesús sanaba o expulsaba a los demonios decía luego al beneficiario: No peques más. Ponía en relación perdonar pecados, sanar y expulsar demonios… ¿por qué?
Porque el pecado trae el desorden en la criatura humana y así ese desorden puede afectar el sistema inmunológico, abriendo la puerta a enfermedades. Tomemos el ejemplo de santa Hildegarda de Bingen. Cuando el cielo se vuelca para darle toda aquella sabiduría sobre medicina para sanar, ella recibe también del cielo (la sabiduría) de que para sanar la enfermedad hay que cortar con el pecado. Mientras nos mantengamos en comunión con el Señor, su amor permite que nosotros acojamos la sanación. ¿Por qué algunos sí desarrollan enfermedades y otros no? Puede ser por el pecado, puede ser porque existe una transmisión a través de las generaciones. Yo lo veo cuando la persona discierne sobre su árbol genealógico... Por ejemplo la infidelidad puede haberse transmitido (cual herencia)… es el mal que se transmite… Cuando Jesús luego de sanar dice: «Ve y no peques más», el reconocía que la enfermedad de esta persona, venía o bien por su situación personal de pecado o la de sus antepasados que le habían hecho vulnerable a pecar, al punto de abrirse puertas a la enfermedad. Recordemos que antes del pecado, en el paraíso, no había enfermedad.
¿Hay alguna pauta que recomienda para confesarse adecuadamente?
Yo sugiero, primero pasar algún tiempo en oración pidiéndole a Jesús que te dé luz sobre lo que vives. Luego reflexionar repasando uno a uno los diez mandamientos. Importante es confesarse de forma regular, por lo menos una vez por mes. Como la Virgen lo ha pedido… porque esto nos hace más sensibles a las situaciones de mal y pecado. Visiones privadas de siervas y siervos de Dios nos muestran que si un alma teniendo la más mínima imperfección fuese llevada al cielo, presentada ante Jesús, sufriría mucho más que en el Purgatorio. Entonces cuando nos situamos frente al pecado (hemos de reflexionar sobre) nuestra relación con Dios... Porque es en su misericordia donde comprendemos el mal, el daño que hemos hecho a Dios.
¿Qué siente usted como sacerdote al tener de alguna forma las llaves del cielo, aquí en la tierra?
Una gran responsabilidad. Porque significa que yo también como sacerdote debo vivir de manera regular el sacramento del perdón. No puedo darme el sacramento del perdón a mí mismo. El Señor quiso que también nosotros los sacerdotes nos confesemos regularmente. Cuando nos damos cuenta de esto, comprendemos la importancia de acoger a cada persona que pide esta misericordia.
Cuando la persona viene, según lo que ella me diga, veo si está en un camino de conversión o si está confesando el pecado pero sin ese deseo de convertirse y cambiar. Te doy un ejemplo… dos personas que cohabitan y no están casadas. Si ellas hacen el esfuerzo para mantenerse en la castidad por amor al Señor, porque no es castidad por la castidad… sino ¡por amor a Dios! Si en ese deseo ellas caen, pero quieren seguir en el proceso, yo les voy a dar el sacramento del perdón. Contrariamente, las personas que viven juntas y acuden a recibir los sacramentos diciéndose para sí: “Yo me voy a organizar directamente con el Señor”, pues no están en un camino verdadero de conversión, sino que han decidido hacer ellos mismos su propia religión, ajenos a lo que enseña la Iglesia sobre el esfuerzo en la conversión.
El Señor tiene compasión y misericordia con el alma que se esfuerza –aunque sea mínimo- por estar en camino hacia él. Ni siquiera nos pide que tengamos éxito, sino que mantengamos el corazón abierto y empecemos a caminar… desead que se cumpla en vosotros la Divina Voluntad y Dios hará el resto.
En el momento que ocurre el sacramento de la reconciliación hay realidades sensibles presentes como el sacerdote, el penitente, las palabras que se dicen, etcétera. Pero hay un ámbito no visible también… ¿Podría narrarnos o darnos algunas imágenes qué aproximen lo que pasa en el ámbito espiritual, lo no visible, cuando alguien se está confesando?
Cuando alguien se confiesa, la Virgen María está al lado de esa persona y del lado del sacerdote está Jesús. Se dice que para vivir verdaderamente con profundidad este sacramento del perdón, tiene uno que haberse preparado. Un día Juan María Vianney (Sangto Cura de Ars) lloraba en el confesionario y la persona que estaba allí le dijo: “¿Pero usted por qué llora?” Y contestó: “Lloro por todo lo que usted no lo hace por sus pecados”. La Iglesia dice, para que este sacramento sea válido deben cumplirse tres condiciones. Primero, decir el pecado. Segundo, arrepentirse –y el arrepentimiento viene de una gracia del Espíritu Santo-… Sentir en el corazón el daño que hice a Dios provoca lágrimas. Por esto decimos que los santos lloraban sus pecados.
La tercera condición es la decisión de no volver a pecar, decidir odiar el pecado y el mal, no a las personas. En este proceso cuando la persona se presenta, yo les digo: “¡Pasad más tiempo pidiendo la Gracia del Arrepentimiento!” Hubo un obispo que decía lo siguiente: “Nosotros los sacerdotes somos apenas conscientes que cuando nosotros levantamos la mano para absolver del pecado, la sangre de Cristo se derrama de nuestros dedos para asperjar el alma y liberarla”. Cuando el corazón está abierto, he visto a menudo personas que se ponen a llorar, porque la gracia estaba entrando en su corazón.
Poco se escucha hoy sobre esto que usted menciona. ¿Quizá por ello el Papa quiere que se limpie la casa con este Año de la Misericordia?
El sacramento del perdón está siendo atacado hoy porque Satanás sabe muy bien, que el sacerdote que se confiesa está en un camino de conversión y porque al confesarse se da cuenta de la importancia de convocar a vivir el perdón y darles tiempo a las personas que se confiesan. Satanás está haciendo todo lo que puede para alejar al sacerdote del confesionario. Si quieren que un sacerdote vuelva a descubrir el don del sacerdocio vayan a confesarse con él, hagan que celebre eucaristías. Recordemos por ejemplo, que san Juan María Vianney pasaba diecisiete horas en el confesionario y que Satanás durante un exorcismo dijo que si hubiera habido tres sacerdotes como él, toda Francia se habría convertido. Hoy las personas están cada vez más cegadas por el mal y el pecado. Es una ceguera que viene de Satanás y toca toda la Iglesia. Porque cada vez hay menos sacerdotes que viven el sacramento del perdón. Cada vez menos personas se confiesan debido a la falta de disponibilidad de los sacerdotes y el endurecimiento del corazón de las personas. La gente ya ni se da cuenta del daño, del mal que cometen.
Si los protestantes y otros creyentes de diversas iglesias cristianas no participan del sacramento de la Reconciliación, ¿significa que no podrán salvarse?
Sólo Dios juzga los corazones. Esto es así para cada hombre en la tierra. El Señor verá la rectitud de la intención. Porque él ha puesto en cada corazón lo que se llama la ley natural que orienta al hombre hacia el bien haciéndole rechazar el mal. También depende de si quiere ese hombre escuchar o no su conciencia. Porque aún los más grandes pecadores en el momento de la muerte tienen la gracia del arrepentimiento. Charles de Foucald se convirtió porque un día fue a la Iglesia de san Agustín en París y el cura le dijo: “¡Ponte de rodillas, confiésate!” Charles quiso resistir, pero cayó de rodillas, empezó a decir todo el mal que había hecho y se convirtió. Hoy Satanás está haciendo todo lo que puede para alejar a sacerdotes y fieles del confesionario. Porque yo también a veces tengo que llamar a varias personas hasta poder encontrar un sacerdote que me confiese. Lo hago cada quince días porque en tan poco tiempo se viven tal cantidad de cosas…
Ha dicho que hay una responsabilidad personal en el cuidar la comunión con Dios. Y que el sacramento de la reconciliación es un regalo de Dios para restaurar esta comunión. ¿Podría explicar el por qué durante sus retiros promueve momentos litúrgicos donde las personas oran pidiendo perdón por los pecados de sus antepasados?
Es una realidad espiritual. Como el Papa que hoy pide perdón por la Iglesia, por los escándalos y por todo, como ya hizo Juan Pablo II en su momento. Pensamos que a partir de ese momento, Dios va a escuchar esta petición como una oración, donde yo presto mi voz a esas personas. Cuando estamos dentro de la Divina Voluntad se comprende mucho más, porque es Jesús mismo quien lo hace a través de ti por esas personas. Yo estoy convencido de que la misericordia es dada en esos momentos…
En documentos de Iglesia se habla de la función social, terapéutica y hasta sanadora que ocurre en quienes se confiesan adecuadamente ¿Podría comentar brevemente sobre esto?
Simplemente el reconocer el propio pecado, el hecho de decirlo, ya es psicológicamente liberador. Necesitamos decirlo, confesar. Cuando la gente no va a confesarse, buscan una cantidad ingente de personas para contarles las experiencias difíciles que han vivido. Incluso lo cuentan por radio, en televisión. Cuentan sus vidas de pecados.
El sacramento del perdón es la posibilidad de liberarse a través del reconocimiento y eso ya es terapéutico. Pero además es a Jesús a quien se lo decimos (los pecados) a través del sacerdote. Esto sobrepasa la dimensión psicológica, pues a través del sacramento Él viene no sólo a liberar el corazón, sino que sana el alma. Porque el pecado hiere el alma. El Señor en este sacramento nos da una liberación íntegra. Cuerpo, corazón, alma y espíritu.
En su país, Canadá existen Casas de Oración donde las personas experimentan días de retiro para hacer una experiencia de perdón. ¿Podría explicarnos de qué se trata esta pastoral?
Jesús hace posible lo imposible y se manifiesta así en esta experiencia de oración llamada Ágape-terapia. Su importancia radica en que para la liberación es necesario hacer una experiencia de perdón. Aprendemos así durante la Ágape-terapia que es Jesús mismo quien viene a perdonarme y a perdonar a través mío, en ámbitos que de una forma humana no sería posible perdonar. Es Jesús mismo quien viene a darte la fuerza para poder perdonar. Cuando alguien ha vivido violación, abusos sexuales, aborto, la persona suele tener dificultades para perdonarse o perdonar. Para ella puede ser imposible, pero no para Dios a través de ella. Y es en esta escuela de oración donde aprendemos el amar y nos dejamos amar. Porque para perdonar, como dice la palabra de Dios: “Si no perdonáis con todo vuestro corazón, a vosotros tampoco el Padre del cielo os perdonará”. La medida que utilizas con los demás servirá también para ti. Perdoné poco, me perdonarán poco. ¿Yo perdoné?, pues esa misma medida utilizará Dios para mí. Estamos convencidos que nadie entra en el cielo negándose a perdonar.
¿Acudir entonces a confesarse con un corazón de niños, para gustar la ternura de Dios?
El sacramento del perdón enternece el corazón y cuanto menos nos confesamos, más se endurece el corazón. Miren las actitudes de quienes les rodean. Cada vez son más duros los unos con los otros, impacientes, coléricos. Todo esto es fruto de un endurecimiento del corazón. Sólo el amor de Dios y su misericordia, donados durante el sacramento de la Reconciliación, pueden permitir experimentar al corazón su ternura que sana y libera. Si el Señor hubiere visto que no era necesario este sacramento, nunca nos lo hubiera dado. Vio que era más necesario que el confesarse directamente. No hay que olvidar que todos los protestantes, antes de Lutero, se confesaban. Después entró el desorden, alimentado por el enemigo, que quiere alejarnos de todos los sacramentos.